Me miran de nuevo las cuatro torres por encima del hombro para decirme hasta luego. Saco foto desde el tranvía y desde las escaleras mecánicas, que es mi forma particular de demostrar afecto.
Desde que llego a LosMadriles galopando en alta velocidad, las torres son un icono sentimental de bienvenida y adiós. Uno sabe que ha llegado a la capital cuando las torres se vislumbran al final de los raíles como un poblado moderno y vertical. El equivalente a las chabolas de antaño pero en exagerado.
Yo antes llegaba desde el cielo y lo primero que veía eran olivos y el Jarama ya que las únicas torres que había eran las de los amigos de Javi de la Rosa, el pomposamente llamado entonces “hombre de Kio en España”. Eran aquellos tiempos de pelotazos y helicópteros en las azoteas cuando el sol salía valiente por Zarzuelas y Moncloas para iluminar la nueva revolución pendiente y financiera de opas y fusiones. Tiempos de adrenalina y utopía comisionada que explotaba en España para parir «la beautiful people», esa tribu de rubias sin bragas y gañanes engominados de pantalón rojo. Las torres las entendió perfectamente Don Alex de la Iglesia en «El día de la bestia» al verlas como símbolo del diablo.
Ahora parecen de juguete, ridículas y marcadas con el símbolo maldito de Bankia (el banco de los principios) ya que LosMadriles de ahora crecen en base a 4 torres que rompen el skyline de la ciudad – «Madrid es un poblachón manchego con pretensiones» me dijeron hace un año–
Yo tengo especial cariño a las Torres porque en realidad mi Madrid definitivo se inauguró ahí -yo siempre empiezo desde arriba- desayunando en las alturas y tomando ángulos desde el jardín de piedra posmo.
Las Torres absorbían el sol y las nubes y toda la Realidad se reflejaba ahí. Toda menos Génesis, claro, que es inabarcable, ingobernable y sublime. Génesis posaba coqueta en el jardín, vestida de mujer de alturas, sonrisa donde no se ponía el sol con su melena negra de mujer-mujer. Recuerdo tomar un café mas tarde en los sótanos de una torre con piano y camareros de esmoquin y murmullos discretos. Era entonces un día de calor apasionado mas allá de los grados Celsius.
Eran otros tiempos indeed, y siempre que vengo a Chamartín las fotografío al llegar y al irme para recordar como empezó todo.