No se cabe en Madrid. Las provincias se vacían para venir a ver lucecillas y hacer compras. Por Colón aparecen de improviso colas enormes para subirse a las luces en autocares de ensueño mientras la Plaza España se colapsa en varios afluentes de motor y prisas.
Este puente está siendo intenso por acontecimientos puntuales y acumulación de verdades eternas que a veces se chocan con las riadas comerciales de asueto y ocio.
Empezamos a festejar el 6, hace ya siglos de eso, y dejamos constancia de dos Españas que nos marcan a fuego. Hoy es otro ejemplo de lo mismo. La perpetua Patrona de una España oculta, antes día de la madre, siempre protectora de los Tercios de España, hoy fiel infantería, amanece disimulada en un domingo con el mismo sol que se oculta allá en mi Castilla de nostalgia y nieblas.
Nos acreditamos en General Prim, ejército de tierra, estamento de gala vestido de uniformes históricos. Llegan capitanes amables con sonrisa puesta para indicar un protocolo tan cómodo como exacto. El patio ya está repleto y el regimiento formado. Las banderas, estandartes y escudos engalanan la simetría de un cuartel custodiado por la mirada de piedra de un Alatriste de la historia que vela curtido, prepotente de lucha y privaciones. Fotografío desde la esquina las novedades al General, desde las alturas la entrega de condecoraciones, desde el otro ángulo el discurso del Coronel… todo bajo el sol testigo de grandes relatos que nos transportan al siglo de oro de fango y gloria desde la que nos forjamos tanto.
Fue en Empel, en medio de ningún sitio y lejos de todo donde los españoles gritaron que preferían la muerte a la deshonra, y las capitulaciones después de muertos, si no le importa, y si no da igual. Eran otros tiempos, otra España y, desde luego, otro tipo de españoles. Lo escuchamos en la verticalidad de un patio que se convierte en cuartel de siglos, pasados y por venir. Como las historias de antaño que se cuentan al calor de la lumbre en épocas donde todavía había lumbre que iluminaba a testigos de historia.
Escuchamos la narración y el hallazgo de la soldadesca de antaño, en su sempiterna soledad, de la imagen esperanzada de una virgen enterrada que calienta corazones, enfría vientos y hiela ríos que se hacen vías para la victoria. Los caídos se nos unen al Milagro en una liturgia de himnos y el patío se abarrota aun más que los exteriores de la capital.
No puedo evitar pensar en aquellos del día 6 a los que invocamos en La República Dominicana. Siempre la misma historia, siempre la misma soledad, siempre la misma esperanza, siempre la misma – esperemos – victoria.
Se desfila cerrando un puente se cierra de espaldas a los comercios para aglutinar almas en actos que gritan esperanza y fuego. Cambiamos de posición para cantar el himno de Infantería, fiel e invicta.
Hay un vino español y un brindis sin fotos. El Jefe del Estado Mayor del Ejército del Aire, Jaime Domínguez Buj, hace un discurso protector y caliente desde la Inmaculada a la Inmaculada, se brinda por el Jefe y los aperitivos vuelan hacia los invitados.
Fuera el sol luce alegre y caliente mientras me topo con unos amigos ucranianos en Colón que claman entrar en Europa de espaldas a su embajada con la que no se hablan.
Tantas cosas en una mañana sublimada, paro para tomar un Ribera en el Nebraska y relajarme mientras miro las fotos y cojo el móvil:
-Felicidades, mamá, pasadlo bien en tu día, te quiero mucho.