Antes de salir del «Toner’s» siempre me saludaba desde la puerta la sonrisa etílica y dandy de un hombre de delgadez aristocrática. Un cigarrillo en su mano resaltaba la clase y el cinismo magnético del personaje. Era una foto en sepia de la última visita de Peter O’Toole a la capital de Erin.

Dicen sus libros de memorias que Peter tenía sangre escocesa e irlandesa y dos certificados de nacimiento: británico e irlandés. Entre Galway y Yorkshire se encuentra un nacimiento confuso del que sólo se asume la fecha. Es educado como católico en Irlanda del norte, se formará como actor en Bristol y de ahí a la universalidad de la gloria en el mundo blanco del celuloide.

Entre esta mezcla de lugares me viene a la memoria la frase de Rick en Casablanca cuando le preguntan por su nacionalidad: «I’m a drunkard», ese pasaporte a la ciudadanía mundial.

Tras su paso por el ejército se lanza a su vocación de «poet or actor». Entre el inicio periodístico como fotógrafo hasta el gran «finale» de reconocimiento de óscar honorífico y record de nominaciones, aparece la gran escuela: el teatro.

Podía haber sido en el Abbey dublinés, pero el desconocimiento del irlandés le lleva a Bristol en el Old Vic de King Street donde Shakespeare le enseña el oficio dejando un poso que los actores de ahora desconocen y una memoria que le hará recitar sonetos a lo largo de las mañanas de su vida.

Desde ahí a la pantalla y un punto de inflexión: Lawrence de Arabia, esa peli imposible de hacer ahora porque el personal no aguanta planos fijos de más de 30 segundos.

La mirada del cínico bebido y vivido se sublima en duelo con otro ciudadano del mundo: Richard Burton en Becketdonde cuenta la leyenda que los dos british estaban borrachos en cada escena. Era Enrique II, papel que repitió en The lion in winter y por el que fue nominado en ambas ocasiones. La aristocracia del celuloide denegada por la Academia de Hollywood se reafirmó más tarde al rechazar un «Knighthood» de la mismísima Reina «for political reasons».

Yo miraba siempre esa foto del «Toner’s» por el magnetismo que ejercía, entre Henry II, Don Quijote y Lawrence de Arabia. Todos y ninguno.

La sonrisa como mueca, el cuerpo quebrado, el cigarrillo en la mano huesuda. Un actor con el talento en el hígado y el aurea permanente de un ciudadano del mundo.

Cheers mate,
Peter O’Toole, descanse en paz.

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