De entre los avances que tiene el nuevo periodismo digital, uno de los más importantes es el de la interacción. Sea ésta entre lectores de un texto particular o del autor del mismo con la audiencia. Esta ventaja consigue desarrollar el texto y prolongar su mensaje hasta hacer que el público virtual lo haga suyo, sea en acuerdo o desacuerdo. Al hilo de esto, un fiel seguidor desde hace años me deja en una red social el siguiente comentario al artículo-esbozo de los Pingüinos:
«Por otra parte, mientras en Cataluña están con la cadena humana y en el País Vasco con movilizaciones masivas por los presos, en el resto de España están reuniéndose con símiles de… los Pingüinos. Están mejor organizados y más motivados. Esperemos que tu in memoriam no sea también por España«
Muy interesante. Vemos que hay un tinte de amargura y una parte de verdad, pero lo más importante es que me da pie para el análisis de un aspecto que se dejaba de lado y nos amplía la reflexión.
Veamos, creo que la maltratada España de hoy crece invisiblemente «desde abajo» -con dos excepciones sangrantes- y se rompe totalmente «desde arriba» -por irresponsabilidades de clase – . El país como campo de juego donde se pueden unir sensibilidades y acciones ha tenido en estos últimos años mas base desde los campos de futbol a los descampados que desde los parlamentos, donde no se hace más que escenificar un odio y no atajar la discriminación que en determinadas tierras se hacía.
Desde luego la respuesta a la separación, que siempre es sectaria, rupturista, paleta e insolidaria es la movilización-para-hacer-algo según el modo Orteguiano de que «los hombres no viven juntos porque si, sino para acometer grandes empresas«.
Me acuerdo de una anécdota que me contaban en mi pueblo de Soria este verano: en los cincuenta el día de la fiesta del pueblo, el ayuntamiento daba a cada vecino un lote de comida y jarra de vino para degustar en el pinar y después jugar a los bolos. Solo había una obligación: debían ir todos y el no asistir era penado con multa. La idea era clara, en una tierra castellana llena de heridas, rencores acumulados y muertos muy vivos y tan recientes la única solución era poner al pueblo junto a comer y a jugar bajo la seguridad de los Guardias Civiles para que todo estuviera tranquilo. Primario y efectivo donde se curaron muchas heridas y se siguió construyendo comunidad.
Mientras una parte de España organiza festivales de odio estilo Orwell y se enfatiza en lo increíblemente diferentes que somos todos en este mundo globalizado, nosotros organizamos… Pingüinos.
Cada vez somos más y la vida se une en torno a la moto a los veloces y los curiosos, a la capital con la aldea, a la región con el mundo.
El pueblo, una vez más, cuando le dejan de tocar las narices cumple en su espontaneidad natural de unir, lástima que desde más arriba no convenga entender el juego.