Es noche de música y cine. Con la muestra de una obra maestra se presenta en la Filmoteca Nacional el libro de un trabajador de la música. Va a ser una noche especial y nos congregamos los cuatro fanáticos de turno entre las butacas del Doré. La magia, sin embrago, ya empezó media hora antes en el metro cuando veo a uno de los grandes actores españoles encarando Serrano. Le reconozco desde atrás por ese aurea de melenas blancas que tienen los inmortales prematuros en su gesto cuajado de mundo propio.
 

Hay mesa en el escenario de cortinones azul sueño, para explicar una recopilación de artículos de música en historias – cine, teatro, ópera – por José Luis Téllez. El texto se debió llamar «la pasión de los fuertes» por la guía de San John Ford remarca Santos Zunzunegui. Desde la grandeza de este nombre, santo para todos, me empieza a interesar verdaderamente el tema y me recuesto en la butaca. El editor lee la frase inicial de uno de los ensayos: “en Il Trovatore siempre es de noche”, magnífico comienzo. Tras muchas alabanzas habla el autor explicándose con ironía y terminando su alocución diciendo: «pero … yo se que ustedes han venido a ver la Verbena de Perojo,no?»

Eso es, acierta, me cae genial desde el colofón de su discurso y me incorporo del todo para dejarme vivir en la penumbra de los sueños.

Los cortinones se desnudan para dar paso al feragosto de 1893 en un Madrid de postales que presenta al dios Neptuno en sepia, paseo por Puertas grandes entre palacios reales y basílicas para terminar en la señá Cibeles.
Suena voz de gramola, que es el tono de los sueños cercanos, y aparece una boda. De las de antes: para toda la vida y novia de negro. Todo sabe a permanente, como el chocolate con churros, vaso de agua y copa de anís donde se celebra el evento.
Las calles son empedradas y vemos tabernas, “casa paco”, lecherías, sombrerías, oficios, de ese poblachón manchego con pretensiones llamado Madrid.

El escenario se hace Madriles para que una galería de personajes, tan personas que asustan, canten en cheli el eterno dilema del amor, la pasión, los celos en una España amada de alcahuetas, viejos verdes con chistera, morenas buenorras con sonrisa ladeada, rubias que siempre son menos pecado.

Una verbena resume un país y todo es un carrusel de eterno retornismo acunado por un chotis que se hace vertical en una noria. Casetas, rugimiento, peleas de mal vino, himno lumpen del barrio que desvela sus secretos de balcón a balcón en un mes de agosto donde el calor se siente en el corazón de la mejor nostalgia: lo nunca vivido y todo soñado.
 

Lo llaman el género chico, es la ópera del pueblo, de la España eterna y denostada. Maestros bretón y Perojo, Perojo y Bretón, año 35 en versión dañada que parece cada vez mas perfecta en sueños de 35mm en sepia.
Se acaba la fiesta, se enciende la luz, aplausos de gratitud en los cines Doré, el palacio del celuloide, mi segunda casa, mi primer hogar, mi sitio.
Y uno sale al mundo donde la vida sopla libre diseñando aventuras tras una sesión donde hemos degustado la realidad hasta emborracharnos de ilusión. El personal aquí afuera está contento porque ha ganado el Atleti y me dirijo al Museo del Jamón pensando que la vida es maravillosa y tiene sentido.

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