La pasada semana sucedió algo histórico en el entorno europeo: la primera visita oficial del presidente de Irlanda al Reino Unido donde fue recibido por la Reina Isabel. Visita simbólica y que se produce como respuesta a la que realizó la monarca británica a Erín hace 3 años.
Tiempos pasados en los que durante tres jornadas intensas, Dublín se llenó de policías vaciando el centro con excepcionales medidas de seguridad. Hacía mucho calor en aquel Mayo, Irlanda acababa de quebrar y en una semana vendría Obama a vernos.
Esta es la crónica del último día, un cara a cara entre dos mujeres en un castillo, rodeadas del poder enlutado del establishment.
Desde las inmediaciones de O’Connell Street hasta la popular Grafton Street, un grupo de aficionados portugueses gritan y beben mientras esperan la final de la Europa league. Les ilumina un sol de primavera barnizado por la brisa húmeda de los mares del Norte en esta tarde tan repleta de acontecimientos. Las vallas cuartean la capital de camino hacia el centro mientras la multitud va desapareciendo al acercarnos por Dame Street.
Una hilera de policías se diseña por el horizonte cortando el tráfico de la calle mientras un ejército de motoristas custodian los metros que separan George Street hacia el Castillo de Dublín.El evento más importante de hoy sucede en el interior del majestuoso edificio: dos Divas compondrán un dueto sobre el futuro de los países que representan. Ambas saben que es un futuro tejido en las factorías del pasado, en esa sala de máquinas destinada a manufacturar La Historia donde deambulan las memorias llenas de gloria y fango, heroísmo y crueldad, resentimientos y justicias pendientes. Esta Historia en particular destila odio y cadáveres y es labor de estas dos mujeres intentar apaciguar esa fiera que en su mismidad puede correr el peligro de engullir el futuro.
El concierto pone rúbrica a la cena de Estado donde las dos Reinas, una coronada desde el árbol genealógico otra por elección, están rodeadas por el establishment en un castillo protegido por policías. El destino las ha colocado en esta torre de marfil, cara a cara, mujer contra mujer.
Elizabeth viste de blanco conciliador y con corona, hoy no es día de sombreros. Mary viene de violeta y luce su melena pelirroja que junto a sus ojos verdes la configuran como una fiel metáfora de la tierra que la ha nacido.
The Queen comienza el discurso, afina su acento para elogiar la reconocida hospitalidad irlandesa. Apenas sin pausa va directa al asunto para aludir a la imposibilidad de ignorar “el peso de la historia”. Un pasado al que “se debe de honrar sin dejarse atar por él”. Ciertamente Elizabeth ha honrado a los muertos del pasado en este viaje: a los luchadores irlandeses que combatieron contra su imperio y a los soldados que lucharon en la Gran Guerra. Ambos muertos, ya mártires unidos en el homenaje mas todos aquellos que han sufrido las diferencias entre los dos países. Incluso muy sutilmente alude a su situación personal (un familiar fue víctima del IRA): “These events have touched us all, many of us personally, and are a painful legacy”.
El “painful legacy” que esta mañana adornaba los rótulos de los periódicos inspira a Mary a reafirmar que aunque un pasado curtido por “colonizadores y colonizados” no puede generar mas que división, si es cierto que “aunque el pasado no se puede cambiar, se ha decidido cambiar el futuro”.
Esos colonizados finalmente avanzaron hacia su tierra prometida entre penurias y hambrunas que Mary exalta en un párrafo donde la palabra orgullo se menciona como un estribillo que marca el tono del mensaje.
Elizabeth mira directamente a Mary para reconocerle su esfuerzo en este viaje por la reconciliación, reflexionando cuan diferente y cómo se ha avanzado desde la última vez que se vieron allá a final del pasado siglo. Mary también se acuerda de ese final de siglo cuando se empezaron a esbozar los primeros puentes sobre estas aguas turbulentas, en un Viernes Santo del 1998 cuando en el Norte de la Isla se abría una oportunidad para la esperanza. Irlanda del Norte, o simplemente el Norte. Esa tierra que vio nacer a Mary, una mujer católica de Belfast que tuvo que abandonar su lugar de nacimiento al ser expulsada por el odio acumulado.
Se ha avanzado mucho y las mujeres miran al auditorio para explicar y buscar lo que las une realmente. Elizabeth lo tiene claro: “los lazos entre las familias, la amistad y el afecto entre los habitantes de las islas son nuestro principal recurso”. Mary lo subraya: “individuos y familia”, esa es la clave. Lo enfatiza con frases de poetas como Yeats y muestra nombres de Irlandeses que moldearon Inglaterra siguiendo el consejo de Shaw al decir: “England had conquered Ireland, so there was nothing for it but to come over and conquer England”. En este intercambio de talentos deja paso al gran protagonista: San Patrick, el santo inglés que se convirtió en símbolo de Irlanda tras predicar La Palabra en esta isla.
Se acerca el atardecer en el Castillo de Dublín y el futuro se aparece en el horizonte primaveral del Liffey cuando The Queen advierte que el mundo se mueve cada vez mas rápido, ella a los 85 años lo sabe bien, y los retos del pasado han cambiado hacia otros, económicos, donde hay que ser sagaz y valiente. Es tiempo ya de trabajar juntos e iguales para compartir las cargas.
Mary alza la copa para celebrar la apertura de esa era. Las sonrisas pueblan la cena y las copas se alzan para proponer un brindis a Elizabeth, para su salud, felicidad y la de su marido.
El brindis se abre hacia el pueblo Británico y se universaliza hacia la paz y reconciliación.
Hacia la amistad.
Sláinte!