Esta semana he conocido a una persona muy querida. Llevamos en comunicación muchos-muchos años en el mundo bloguero pero solo ahora nos hemos visto en persona. Todo comenzó cuando ella estaba en USA y yo en Erin, dos hispanos en conquista que conectan por esto de internet y tras casi una década se toman un vino en LosMadriles como si se conocieran de siempre.
Me ha entrado el recuerdo y he buscado en mi álbum la crónica de la primera vez que la virtualidad-tecnológica-bloguera se encarnó en personas.
El testimonio siguiente sucedió hace 6 años: Yo vivía en una isla y, sin saberlo, me encontraba más cerca que nunca de la patria. Fue desde la creación de una trinchera virtual en los muros de LD, el primer foro de blogs liberal de gente amateur que debería haber sido referencial y se quedó, vaya, en nada. No importa ahora el porqué de la decadencia. En todo caso fueron años creativos de foros y metáforas donde se empezó a crear una leyenda de españoles resistentes que se unieron para hacer prosa de su rabia. Tras una temporada de camaradería virtual llegó el momento de la presentación, momento que guardo como referencial en mi vida. Sucedió en la capital de La Meseta en un mes frío. Esta es la crónica de entonces sin tocar una coma.
Gracias. Va por ti, Carabela.
“¿A qué hora llega?”
Alcides, con su gabardina tipo-Humphrey-Bogart, controla la logística de la operación desde su móvil y responde lacónico que “en un cuarto de hora”. Nuria mira a la pantalla y sus ojos verdes nos indican que hay que irse moviendo. Apuramos el café de la estación y nos dirigimos a la entrada principal. Los viajeros entran y salen en un paisaje de prisas y un pasillo se abre ante nosotros. Allí está. Ya ha llegado. Es él quien nos espera. Ante nuestros ojos aparece un guerrero, un tío, un hombre, una persona, “tan persona que asusta” que diría el poeta.
Nos abrazamos a Cami, que nos cuenta que viene de una odisea en un tren eterno. Respira hondo y avanzamos en la noche mesetaria por la gloria modernista del paseo de Recoletos en sus amplios espacios señoriales hasta la casa Mantilla. La calle Santiago se quiebra en bienvenida y nos rodean impresionantes estatuas de Rodin bronceadas por el color de la luna llena.
“la estatua del pensador siempre me ha gustado” dice Cami mientras nos paramos a observar la tensión del músculo.
Un olor de tabaco de pipa aparece desde la estatua de Don José Zorrilla y su Musa. Pero no es Don José quien fuma, es el señor Alma que también viene con Musa propia, el tío. Saludamos a la familia Alma. Barba y pipa, aroma de literatura y gesto amable.
Nos abrazamos y dirigimos raudos a las tascas de la Vieja Castilla.
Le miro y no parece chino. No digo nada, porque nos acabamos de conocer y parece un poco forzado, pero chino no parece. Parece inglés, pienso, pero quizá tanto tiempo en el exilio me ha desvirtuado la mirada. Miro al otro y no parece un cualquiera. Creo que es una confusión. El Chino me parece inglés y el Cualquie tiene porte de ser un Grande de España. Tengo razón en ambos casos y me alegro de que me lo confirmen en la comida.
Estamos en la ceremonia del vermut, a punto del brindis y el móvil me golpea en el pecho con pasión y urgencia. La voz de hembra mesetaria me hace dejar mi cerveza y me arrojo a la calle a buscarla. Allí está. Después de dos años de besos y abrazos virtuales el anhelo se hace carne y sonrisa. La Mesetaria reina coqueta en la plaza mayor y nos damos un abrazo que funde el noviembre plateresco en clave de A mayor.
Ya acomodados en la taberna sin cobertura. Nos llamamos por nuestro nombre y todos nos reconocemos como hermanos. Nos vemos visto hace apenas unos minutos pero nos sabemos conocidos de toda la vida, de todas las vidas posibles. Somos las almas inquietas, los que vivimos mas allá de la frase hecha, los que nos duele España. Volvemos a encontrarnos en las trincheras y descubrimos que nos queremos como siempre. Brindamos por nosotros y por los nuestros, por los que vendrán la próxima vez.
La cobertura vuelve y el teléfono nos trae una cola de mensajes de los ausentes. La tarde arde con euforia y aparece la voz de Pablo e Imper, con los mensajes de Carabela, Roge…
La ciudad está desierta. Han quitado hasta las estatuas de Rodin. Dos viejos amigos que se acaban de conocer caminan por el centro de la calzada hablando de Dios y el mundo bajo la atenta mirada de Colón. Se dirigen a la estación y el destino hace retrasar el tren para prolongar el instante.
“Cuídate mucho amigo, ha sido un honor y un placer, nos veremos en próximas aventuras”.
Y diciendo adiós con la mano el tren se va a Zaragoza y la Meseta enmudece orgullosa y nostálgica.
Dios os bendiga a todos. Gracias por esto.
Especialmente dedicado a los que no pudieron venir, pero vendrán: Arturito, Visconti, Roge, Veedor, Carabela, Ecano…………………………………………………
Magnífico encuentro.
Bien que me hubiera gustado estar con tanta buena gente.
Sin duda habría -y habrá- un lugar para usted.