He pensado que nos podíamos plantear este viaje desde una perspectiva de “deconstrucción”. Se trata de caminar con las cámaras para, reflexionando, descubrir cómo se ha llegado a esto, descubriendo las ideas y metáforas  que han forjado el prejuicio para que, desde las esencias, seamos capaces de crear una solución alternativa.

Me lo dice nada más llegar, el tío. Así. Acabo de entrar en el coche y me encuentro entre Derrida, Heidegger y Taizé. Mi venerado hermano mayor me encauza, desde un abrazo sentido, en su mundo conceptual tras haberme enmarcado, hace unos minutos, con unas fotos robadas a la salida de la estación, que te he visto, majete.

Está nublado en Barcelona, tiene el color de la primera vez que vine: cielo gris que me asalta saliendo de Sants por la vía que da, nada menos, hacia los “països catalans”. Entro, paseando pues, por un callejón con nombre mítico, bajo esos supuestos “països” satélites engendrados de las órbitas nacionalistas imperiales. Tierras reales, casualmente, por las que he venido esta mañana en mi tren. Ha sido un viaje largo y relajado –  no hay nada como un tren para viajar y escribir –  recreándome la vista y acunado por la vista de Castellón, Sagunto, Valencia, Oropesa… Por una ventana veía la montaña y por la otra el mar, en un viaje en dos sentidos, de la capital a Valencia de espaldas, y desde ahí, de frente.

 

Vamos a casa a comer y luego bajamos a ver el reloj si te parece

Claro que me parece mientras subimos al Vallés entre brumas, neblinas de paisajes románticos en decadencia. La ciudad está adornada por algunas banderas pero, es en la subida rural, cuando el ornamento se va cubriendo de amarillo, el símbolo oficial con que los organizadores de la consulta empapelan la realidad. Amarillo de asamblea constituyente, boicoteado, en muchos casos, por un rojo rebelde que ha salido de espráis contestatarios para recordar la enseña española. Enseña que, completa, aparece en sitios insospechados: encima de un cruce, en el medio de un bosque… desde luego, en sitios no oficiales, como el ayuntamiento del pueblo tan empapelado de dos señeras como columnas dóricas.

 Ven a ver esta ermita y a ver si podemos hacer una foto

Ajustamos desde el mínimo agujero de la puerta el diafragma, velocidad de doce segundos, yo sujeto el trípode, y allí… al lado del altar, secuestrado entre la bandera y la foto del héroe vemos que la cruz está encogida ante tanto símbolo. Es la misma ermita donde antaño, tiempo de tripartitos y de Irlandas, nos sentamos por vez primera a rezar en clave Taizé con un pequeño libro de Pagola… o uno de estos. ¿De Pagola, era? Si, si, libros lapa, muchachote.

Desde aquí el mundo es un Vallés interpretado en cuadro idealista con impresionismo de neblina, ermita y rutas de senderistas. Escuela de aprendizaje político-sentimental, desde la Creación a las patrias soñadas. Me recuerda a Erín, el nacionalismo del paisaje y la derrota, la madre y el héroe. Nos adentramos para comer jamón en la masía, en estos días tenemos que comerlo entero, parece que fue ayer, otro jamón, quizá el mismo, el eterno retorno se aprecia en las montañas amigas e imagino que el cielo de los inmanentes, es una casa en las alturas comiendo jamón, bebiendo cerveza fresca y hablando frente al fuego.

Luego bajamos a ver el reloj, verás

Cierto, dan ganas de quedarse en palacio pero hemos venido a deconstruir ideas y hay que bajar del Olimpo a la ciudad Condal, creo que se sigue diciendo así, donde en la Plaza de San Jaime nos espera un reloj que se cae en una cuenta atrás hacia el principio de la revolución. Un reloj subvencionado para marcar un tiempo propio. Estamos a dos horas de la utopía, hay personal haciendo fotos con el móvil, poca gente, alguna pose, la televisión de La Sexta con un chica entusiasta.

Hay tiempo y paseamos esas dos horas entre ambiente de primavera por zonas patrióticas de estrellas colgadas y llamas por el recuerdo de los mártires de la cosa. En las Ramblas se anuncian cursos de lengua: «spanish courses» rodeados de bailaoras flamencas typical Catalan. El tiempo real va pasando y en poco comenzará el estado de la ilusión, regresamos y sigue sin venir gente, pero los creyentes corean ansiosos la cuenta atrás. Ajustamos las ráfagas fotográficas y apuntamos como aquellos franchutes-fraternités que querían inmortalizar el segundo destruyendo el tiempo. El personal grita en algarabía proclamando la independencia y veo que, allá arriba, desaparecen invisiblemente las luces, casualidad, que iluminan las banderas oficiales. Comienza un nuevo día sin oficialidad, ausencia total del estado.

 

Lo celebramos dándonos el piro, claro. Queríamos la foto y punto, nos vamos al burguer multicultural a comer rápido entre la aldea global de orientales y guiris que pasan mucho de relojes localistas. Es tarde y en el viaje de vuelta al castillo la música despierta al bosque, mientras cantamos en viaje a lo Kerouac, canciones de toda la vida recordando viejos tiempos.

 El plan es visitar colegios de diferentes estratos sociales para ver cómo va el tema

Salimos preparados y a la primera curva se forma la primera cola. El instituto local acoge la consulta. Afuera, una caseta, pide firmas contra l’estat espanyol mientras dentro, un nutrido grupo se acerca a votar. Ni que decir tiene que no hay ni rastro del famoso estat espanyol por el territorio, nada. Hago foto y la mando con estupor a FB donde las reacciones no se hacen esperar.

Seguimos nuestro camino a la ciudad y, tras enterrar el coche 5 pisos bajo tierra, salimos con el casco minero a empezar nuestra ruta.

En este colegio debe de haber inmigrantes, es la zona.

Un gran cartel naife nos recibe con las siglas 9N y mensajes de superfelicidad y rabia mientras nos atiende la sonriente coordinadora del colegio. A la primera palabra, un aplauso nos interrumpe para recibir a una votante especial: ¡Tiene 80 años! exclama nuestra anfitriona. La mujer dice que viene porque «Catalunya es nostra» y quiere libertad e independencia. No se la ve mal para estar tan presa y sonríe sonrojada. Se sofoca la mujer y volvemos a la directora que dice que es una escuela pública y que de forma voluntaria –  si no hubiese sido ella, hubieran sido otros –  la han abierto para la votación. Las instrucciones se han dado desde la Generalitat, ¿por escrito? No, no, en una reunión, nada por escrito. Claro.

Llovizna un poco fuera y nos metemos corriendo en otro centro, este casi vacío, donde la coordinadors no sabe de porcentajes de participación porque no hay censos, pero eso sí, mucha gente ha pasado por aquí. Una pena que sea la hora del vermout y no hay nadie, pero si hubieran venido a primera hora estaban hasta los topes y habían muchas, muchas colas para ejercer su derecho a voto, que es de lo que se trata. La gente mayor, sobre todo está muy contenta y han hecho una limonada especial 9N, que debe ser la bomba.

Pero nosotros somos de birra y whisky, pasamos de la super limonada 9N y salimos al vermout, Plaza Real bajo una farola de Gaudí bajo el casco de Mercurio. Dos músicos indigentes se retan para ver quien toca y gana el peruano de la armónica al del acordeón mientras pedimos una pinta para pasar el trago y asimilar la revolución. Comemos en un restaurante familiar donde la tele española filma en directo lo que está pasando.

Aparece una modorra de siesta, Sunday blues, pero nos animamos hacia el último colegio, éste en el barrio más elitista donde se hospedan oligarcas, exinfantas y la burguesía organizadora del invento. Hemos bajado en zona Universitaria y nos recibe el cuartel del Bruch, monumento blanco y solitario, con ese silencio de los barrios residenciales.

 

No hay casi nadie pero el coordinador nos comenta que había gente esperando esta mañana ¡desde las 8, haciendo cola! y no una cola cualquiera sino santificada por una hilera de 20 monjitas que habían llegado levitando desde el monasterio cercano.

Bueno, ha pasado el día, estamos agotados. Es tiempo de visitar una antigua fábrica de cervezas y hablar de filosofía y cosas serias para no amontonarnos más. Desde Dios hasta la mente degustamos una triada de cervezas que nos acompañan el discurso en dialéctica hegeliana hacia la necesaria conclusión de que…. la amistad lo es todo.

 

Y así pasan los días hasta que terminamos el jamón en la fortaleza para indicar el retorno a la realidad.

Sube aquí,
No puedo, joder, está muy alto
Sube y mira

Le doy la mano y me sube a la piedra. Rompeolas del paisaje desde donde el Vallés nos guía a un infinito de nubes que estilizan la figura de una montaña. Nos sentamos en silencio, miramos al frente, leemos la última oración de Taizé – que no nos convence nada, by the way – y rezamos en silencio dando gracias a Dios. Nos damos cuenta que la deconstrucción nos lleva a que la esencia del viaje es la amistad entre dos hermanos.

 

El resto es background.

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