–¡eso es el amor! Sentencia el parroquiano de vino y gorra calada.
-¡que amor ni que leches!, están “atortolaos”, no te jode… ¡señora, le dejo la vuelta aquí!.. ni puto caso.
-¡que amor ni que leches!, están “atortolaos”, no te jode… ¡señora, le dejo la vuelta aquí!.. ni puto caso.
El novel camarero, sumo sacerdote del templo, sito en uno de los rincones donde se sostienen LosMadriles, pierde la paciencia. Gasta uniforme cañí y está protegido por la mirada mística de Manolete, justo enfrente del retrato de los dueños. Se maneja en un ruedo de azulejos, barra de madera rematada en pila antigua de metal. El chaval deja hastiado los billetes en la barra y me dice:
-¡todavía les dura la resaca del día de ayer… el amor, ja!
La chica se deshace del abrazo de su chorbo para coger la vuelta, sonríe al mundo, sonrosada llena de besos y la pareja se pira levitando en abrazos.
Apuro mis callos y me parece a mí este acto, nada menos que milagro de esperanza de San Valentín, que parece dejar un rastro de parejas ensimismadas tras un día del amor comercial de globos fucsia y grupos de cachondas solitarias haciendo bulto para ver pelis absurdas con excusa erótica.
Pago y me deslumbra el sol dominical. Vengo de escuchar al pueblo en ingenio de chirigota vacilando del rey para abajo a todo el ruedo ibérico. Es un ambiente de sol y fiesta, fresco en Madrid de fin de semana de viento que ahora, en domingo alegre, solo es brisa pero que ayer noche cortaba en cuchillo de frío.
A mí se me emboscó en el camino solitario de callejón sin salida que desde Serrano desembocaba en la Puerta de Alcalá. Vía cortada que dejaba pasar sin tráfico al viento místico que olía a mar naciente del estanque del retiro y buscaba fundirse en el Manzanares para que en el corazón de su hielo traernos a Goya, escoltado de esperpentos, introducir en su paseo a Cervantes y sus fantasmas para comenzar el Carnaval.
