Hace un par de jornadas, en un lunes de luna gélida, se cumplió un curioso aniversario: hacía 35 años que en la “Escuela de Caminos, Canales y Puertos”, en LosMadriles, se celebró un concierto homenaje a José Enrique Cano Leal, fallecido en desgraciado accidente y que atendía por Canito. Formó junto a los tres hermanos Urquijo el grupo musical Tos, antecedente de los míticos “Los Secretos”.
Concierto iniciático, en el albor de los 80 cuya importancia es que señala, para algunos, la inauguración oficial de eso que se llama Movida madrileña.
Ya saben, ese movimiento contracultural tan engalanado de adjetivos cuyo impacto mediático publicita un nuevo capítulo en la historia de España. La Movida nace cuando se frena el Movimiento y pone la banda sonora para que el personal mueva el esqueleto en los 80, década sacra para la posmodernidad nacional, en la que veríamos a los nuevos prohombres de la cosa profetizar con singular acierto que a la “este país no la iba a conocer ni la madre que la parió”.
En la tele pública, con su ‘historia-cuéntame’ se mitifica esta etapa sin rubor alguno, país que vive ya de mitos, y hace unos años se emitió un extraordinario conjunto de reportajes sobre la movida en diferentes puntos: la madrileña, la gallega, la vasca y la de Barcelona. Cada una con sus matices, me llamó la atención la introducción a la vasca, punto de entrada nacional del punk, cuando el presentador comienza diciendo: «me gustaría presentar a los protagonistas de aquello pero… es la que la mayoría están muertos»
De un golpe resumió su programa y todos los programas. La heroína en el punk y las sustancias diversas que entraron de golpe en la década tan prodigiosa resumen trágicamente el tema. Naturalmente, aparte de esa “pequeña clausula” todo se explica altisonante, masturbando las mismas palabras, los mismos tópicos para explicar con nomenclatura pseudointelectual lo que fue aquello para una generación, y que en gran parte solo tiene dos palabras: la mediocridad y la muerte.
Todo está cerca y todo está lejos, pero desde el recuerdo siempre me quedo con la imagen de aquel que, todavía, se venera como «el mejor alcalde de Madrid», aquel sujeto que condenó a toda una juventud a la tumba desde el balcón consistorial declamando «el que no esté colocado que se coloque, y al loro». Genocidio irresponsable y tan mitificado por los escritores dandis y ateos pero que no dudaron en ascenderla a los cielos e inventar historias del “santo” que iba explicando a Hegel a los barrenderos de Madrid.
Desde aquel momento, España se colocó, ciertamente dejando un ente flipado de farlopa y tripis que ebrio de caballo galopa amnésico fabricando sus mitos. El gurú que dejó a una legión de madres sin saber qué hacer con una generación que aparecía tarde en casa con los brazos amoratados y gritos de madrugada, asustando madres «porque no sabíamos que hacer, eso de la droga era nuevo».
Tierno, me temo que ajeno a los cielos, quizá descansará sin descanso en una dialéctica hegeliana con antisíntesis laberíntica entre pasajes de recuerdos yonkis. Porque esos sí que estarán más cerca del cielo, viejo profesor, y entre aquellos, hay alguno que ha sido rescatado del infierno se ha salvado para contarlo, como MacNamara, porque Dios, no escribe en dialéctica, alcalde, escribe recto en espiral ascendente.
Cuánto daño hizo a la juventud española aquella «Víbora con Cataratas» que fue, en palabras de Pablo Castellano, el «Viejo Profesor» Enrique tierno Galván, a quien le llegaron a dedicar un parque en Don Benito (Badajoz), ciudad por la que no hizo absolutamente nada y la que, si no estoy mal informado, jamás visitó.