Esta tarde juegan Irlanda e Inglaterra en Dublín la tercera jornada del mítico torneo de rugby de las 6 Naciones. El rugby, ese “deporte de truhanes jugado por caballeros” cuya estética se asemeja a la “guerra antigua” – línea horizontal, presión, solidaridad y sufrimiento – nos invade de nuevo en este inicio de año. En España no es un deporte muy popular excepto en mi tierra vallisoletana donde tenemos dos equipos campeones, pero en mis “british isles” era bastante más importante. No, desde luego, el deporte rey que siempre pertenecerá al ámbito del “deporte de caballeros jugado por truhanes” llamado fútbol, pero es que la vida es así.
El torneo de las 6 Naciones se define por un ambiente de himnos que se cantan con el alma, más si cabe cuando se juega contra el equipo de la Rosa, Inglaterra, la escuadra que solo canta a una mujer que reside en Palacio. El resto de los equipos anglos canta letras a su tierra y antepasados con el gesto airado de orgullo.
Este finde será especial, como siempre que Irlanda e Inglaterra se juntan y tal día como hoy no puedo dejar de recordar un capítulo fundamental en mi historia personal que se funde con la de estos países.
Sucedió en el torneo de hace 7 años. El nuevo estadio dublinés situado en el sur de la ciudad – la zona próspera – de Lansdowne Road estaba siendo demolido para preparar el nuevo coliseo. No quedaba más remedio que jugar en el Croke Park, en el Norte, la zona donde no van los turistas y yo me bebía las pintas con familias irish cada finde, zona de casas de dos pisos con escalera, empedrado tipo Angela’s ashes, donde el acento irlandés se hace genuino mezclado la lengua madre gaélica entre gritos de estadios, música celta y broncas al anochecer.
La memoria colectiva de una nación entera reposaba en los recuerdos de años antes, en 1920, en un domingo de mucha sangre
El Croke Park en el horizonte preside la zona como un templo sagrado. El sancta sanctórum del Gaelic Athletic Association (GAA) – los juegos típicos de Irlanda – donde con clausulas contractuales se impedía que allí se jueguen los considerados deportes extranjeros: fútbol, rugby y cricket principalmente.
Pero eso no era la única causa del problema para jugar ahí aquel finde. La memoria colectiva de una nación entera reposaba en los recuerdos de años antes, en 1920, en un domingo de mucha sangre, bloody Sunday dublinés en plena guerra de independencia irlandesa que daría lugar al tratado que desemboca en la creación del estado libre. Cuenta la vida en crónicas que la mañana de autos el ejército republicano irlandés, – IRA –  dirigido por Michael Collins mató a 14 agentes secretos británicos residentes en Dublín, el llamado Cairo Gang. 
 
Tras el crimen llegó el afternoon de fiesta en un partido de fútbol gaélico donde Dublín jugaba contra Tipperary ante 5000 espectadores. La policía británica sospechaba que los asesinos de la mañana podrían estar ahí y se cercó el estadio. Se trataba de investigar, pero las armas impacientes abrieron fuego a discreción contra el público nada más llegar y sin previo aviso dejando un silencio de 14 muertos y los gritos de más de 50 heridos. El triste día se cerró con dos miembros del IRA torturados y ajusticiados en el castillo de Dublín.
Esa era la situación cuando los más de 80.000 espectadores, años más tarde vimos pasar al césped al equipo inglés encabezado por el héroe rubio Johnny Wilkinson – el que dio en el 2003 la copa del mundo a su país en el último segundo de muchas prórrogas. Un silencio sepulcral, el mismo de los muertos de ochenta años antes, filtraba las memorias y el país estaba expectante de las notas del “God save the Queen”. Himno maldito en ese estadio de dolor, protestado toda la semana anterior cuando incluso el hijo de un mítico jugador irlandés amenazó con retirar las seis medallas que ganó su padre del museo del estadio si llegase a sonar una sola nota de la canción. El Sinn Feinn se manifestaba en los alrededores del estadio y los debates estaban en ebullición horas antes del partido.
Sale Irlanda, el público en pie rompe en aplauso, los jugadores se posicionan y se entrecruzan abrazados, se hace un silencio aterrador de recuerdo tensión, silencio que “speaks volumes”, como decimos allí. Los rostros son verticales cuando se empieza a oír:
“God save our gracious Queen,
Live long our noble Queen,
                                               God save the Queen!
Send her victorious,
Happy and glorious,
Long to reign over us,
God save the Queen”
No pasa nada. Se aplaude con corrección. Tras un segundo eterno sin pausa Irlanda canta sus himnos, los gigantes del rugby, cara violenta de cicatrices enrojecen emocionados mientras cantan casi gritando hacia el recuerdo de su sangre. El Norte y el Sur unidos, Munster, Ulster, Leinster y Connacht, la Irlanda de aquí y la dispersada, la de los vivos y la de los muertos. Erín se hace carne y se refleja en las lágrimas incipientes de O’Gara, la seriedad de O’Driscoll, la mirada al suelo de Flannery, la rabia de Hayes…

Tras dos horas Irlanda gana su partido más importante con récord de puntuación. Salimos en calma con la sensación de haber cerrado un capítulo en la historia y nos vamos al Cusack’s a tomar unas pintas entre la euforia de la gente.

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