«El primer deber de la caridad es la comunicación de la Verdad»

Hay bochorno creciente esta primera semana post-electoral de Junio pre-caótico. Amagan tormentas dentro y fuera, esperando recalentadas de rabia en palacios y jardines. Madrid resume así tensiones eléctricas de las Españas provocando ensimismamiento, tanto mediático como temporal, que se sintetiza en ambiente cargado. En este contexto irrespirable no queda otra salida que buscar rutas hacia rompimientos de gloria buscando oxígeno y así “abrir el compás” del intelecto para acercarnos a ese oasis salvador donde se vislumbra ese misterio llamado Alma.

Del Alma en la vieja España, ya tan extinta, se hablaba mucho, paradójicamente en los templos y en las tertulias de cafés histórico, nuestras moradas espirituales tradicionales. Desgraciadamente, con la modernité, la palabra desapareció de ambos ámbitos, dejando púlpitos cantando humanismos abstractos con acordes de guitarreos en las iglesias y, por otro lado, las tertulias se quedaron sin genios unamunianos siendo ocupadas por monólogos vanidosos que hablan prepotentes de la nada.

En esta pérdida de espacios, el alma queda así reducida a rincones casi invisibles, que encontramos esta tarde, qué cosas, en salas de hoteles de lujo en Madrid. Allí recalamos pues, a la conferencia de la Fundación Valores y Sociedad del gran Mayor Oreja cuyo invitado, el Cardenal Rouco Varela, nos convoca hoy a cerrar la serie de conferencias sobre la crisis que padecemos. Nos visita para rubricar con la conclusión de que esta crisis, de tantos apellidos, no es otra cosa que una crisis del alma. La cuestión que viene a dilucidar nuestro cardenal, es que si esta palabra se refiere a algo real o no.

 

Juan Velarde, maestro de ceremonias presenta con grandes honores al protagonista donde, entre todos los títulos tanto intelectuales como morales, remarca el de “Santo”. Rouco sonríe con su gesto ronco y recuerda la anécdota de Kiko Argüello al presentarse al Papa actual diciendo: “Padre soy un pecador”, frase con la que se identifica “ya que la santidad pertenece a otro orden de cosas”. Rouco es un intelectual con voz grave que declina sus rigores deprisa pero muy claro ante las tres cuartas partes de entrada de la sala que atiende tan grave como su tono de voz.

 

Nuestro Príncipe de la Iglesia comienza la búsqueda del alma, como buen católico ortodoxo, subiéndose a los hombros de los gigantes para cabalgar a golpe de encíclica donde, Caritas in Veritate, del indispensable y cada vez más añorado Benedicto, abre la compuerta a un contexto de análisis de las crisis económicas en su diagnóstico continuado de la necesidad de cambio de costumbres en diferentes épocas. Así se mencionan la Rerum Novarum de Leon XIII sobre la situación de los obreros, a Pio XI, Quadragesimo anno, en aquel mundo de la crisis del 29, pasando por Juan Pablo II desde la caída del muro y, por último, Francisco y su énfasis en la pobreza en su primera encíclica Lumen Fidei.

Tras convenir en el factor común de la reforma moral y de las costumbres, con esta cadena encíclica ya se ha fijado el contexto para afinar en la búsqueda del fondo del problema: la crisis del Alma. Para ello saltamos de mayo a mayo, del presente 2015 al mítico 1968, donde fija el ponente el inicio del surco, fango movedizo posmoderno que nos puede explicar la encrucijada donde nos encontramos.

En principio conviene acudir al lenguaje. Alma es una palabra en desuso cuyo resto de su grandeza reside en giros lingüísticos como muestra la RAE: «llegar al alma» “sentir en el alma”… en este eco agónico de belleza perdida vemos, con desolación, que no solo se ha perdido el uso en las ciencias de la mente, psiquiatra, psicología… sino, y esto es lo patético hasta en la misma iglesia con lamentables traducciones como se da en la cita de San Ignacio “de que te vale ganar el mundo si pierdes tu alma” cambiado increíblemente «alma» por «vida» ¿es que es lo mismo perder el alma que la vida? ¿es que ya no hay alma que salvar?

Esta trasmutación nos lleva de nuevo al siglo XX cambalache, problemático y febril de dos guerras mundiales, dialécticas materialistas y positivismo que se derraman finalmente del 68 efervescente al derrumbe del 89 donde parecía que ‘la historia había terminado’. En este destrozo, buscando luz, acudimos a una intelectualidad que, con alma y corazón se quiere salvar con nombres como Ortega a Olegario González de Cardenal, de Urs Von Balthasar a Romano Guardini…  bastiones, en fin, en cuyo pensamiento resiste el alma como inmortalidad del hombre en esta ruptura de la metafísica hasta concluir con las palabras de clausura del famoso Concilio donde Pablo VI, ya rodeado de humo, sintetiza agotado “un tiempo, por otra parte, en la que el alma del hombre ha sondeado las profundidades de la irracionalidad y la desolación”.

¿Pero, qué consecuencias tiene esta pérdida del Alma en tales profundidades donde nos llevado el siglo? El primer daño colateral es la crisis de la oración. Sin alma que salvar, sin inmortalidad, sin destino ni conciencia de haber sido creado, el diálogo se cierra al olvidarse que el destino eterno depende de Otro. Aquí toma las riendas el Orgullo, gran rey que ya no quiere pedir… porque no lo necesita. El teólogo y escritor más influyente del Concilio, Jean Danielou, ya ataja el problema de la oración como «problema político» en sus escritos. No es nuevo, vayamos más atrás, a una Doctora de la Iglesia, Santa Teresa, para responder si las crisis se resuelven espiritualmente,  quizá solo se solucionan por la oración como aconsejaba a sus hermanas del Carmelo en la vida contemplativa.

 

De la ausencia de oración y sin alma que salvar apenas queda la conciencia, reina y señora fundamento de todo y de si misma, sin rivales por extinción. Un protagonista nos lo explica concienzudamente: Romano Guardini, y su «Preocupación sobre el hombre», tomos de ensayo en 1957 donde bautiza dfiniendo la «defectuosidad del hombre actual». ¿Solución?. retiro, vida interior y ascesis. De lo pequeño a lo grande, de un hombre sin alma a un estado sin raíces, recordamos aquellas fuentes prepolíticas con las que iniciaban un debate tan histórico como actualísimo hace 11 años Benedicto y Habermas.

Se hace el silencio, apenas interrumpido por el móvil de una ancianita delante de mí, y nos preguntamos cómo responder a este panorama. La última reflexión llega como grito desde Santiago de Compostela lanzado por un león cuando Juan Pablo II en los 80 espoleaba a la vieja y amnésica Europa con un grito de amor reclamando que recuerde quien es y su gloria. Para recordar que tiene un alma.

Suenan aplausos y ese alma aludida nos palpita como sin querer a cada golpe de mano. Hay saludos de prohombres y filósofos y salimos cruzándonos entre una recepción del hotel. Afuera espera el sol con una nueva perspectiva, rezo al pasar por la puerta giratoria y eternoretornista para dejarme reflejar algo más que una mera conciencia, sabedores que somos inmortales.

1 thought on “EN BUSCA DEL ALMA PERDIDA- UNA TARDE CON ROUCO VARELA

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