A estas horas agonizaba entre árboles un joven español tiroteado en Las Vascongadas. Tras días de secuestro telegrafiado en cámara lenta y después de horas de agonía tras ser ejecutado a bocajarro, Miguel Ángel Blanco expiraba tiempo después en paz dando parto al primer signo visible del espíritu español en décadas de silencios.
Se le llamó «espíritu de Ermua» y se hizo visible en todas las plazas de España donde, todavía, habitaba algo de dignidad. Fueron días calientes de otro verano, residuo de veranos muertos, insoportables de guerra de banderas, amenazas de bombas y canciones repetidas en fiestas sucias. Tras décadas de silencio, muertos y vergüenza, se obró el milagro de despertar de la siesta tediosa un pueblo tan amorfo como cobarde. Parecía que el espíritu, que otrora habitaba la Piel de Toro, iba a renacer de nuevo en este julio fin de siglo para inaugurar de nuevo un amanecer que nos devolviera la mirada limpia.
Pero no fue así.
Tras la efervescencia emocional de manos blancas y gritos que trataban de despertar rostros desencajados, la maquina formidable y espantosa del poder vigente volvió a calzar, sutilmente, el yugo sobre los bueyes de España que, siempre obedientes, retornaron a su círculo Eternoretornista de su vía muerta. Miguel Ángel se hizo icono hueco, los gritos enmudecieron y la tierra siguió engullendo mártires frente a la indiferencia del presente absurdo.
Los hombres pasan, pero la tierra y la verdad que custodia, no. Blanco y los mártires de España, esperan pacientes a esas generaciones que vendrán para sacar nuevas cosechas de toda la simiente que ya arde en el espíritu de la España Eterna.
Miguel Ángel Blanco DEP