saza

Resulta extraño enterarse del fallecimiento de seres que uno da por supuesto que son inmortales. Esto sucede, mayormente, con dos categorías: la familia y los artistas queridos. Si en el primer caso, un familiar se lleva consigo un desgarro del corazón para consolidarse en amor eterno, cuando se va un artista, en este caso un actor, se lleva con él otra familia repartida en colección de personajes para sublimar un Olimpo en la memoria.

Es el caso del gran José Sazatornil, actor que ha acompañado la biografía visual de varias generaciones, interpretando roles calificados desde esa etiqueta malsonante de «secundarios» – que siempre me suena a «subalterno» – y que inmediatamente se adjetiva para realzar como pidiendo disculpas por estar detrás de las supuestas y flamantes estrellas. Yo, como creo más en el talento que el ego, soy un aficionado natural a los secundarios en el cine y, sobre todo en el cine español donde me llega, si cabe, más adentro el desarraigo de la pérdida por sentirlos más cercanos.

En esa clave, recuerdo a Don José mientras rezo y escribo – para mi es lo mismo – con retazos de imágenes de Saza y la primera película que me toca la mente es «La escopeta nacional», obra maestra de Secundarios al estilo del maestro Berlanga, nuestro especialista en filmes corales: sinfonías de gran movimiento donde en cada plano te junta a varios genios hablando al mismo tiempo en milagroso orden y todos representando metáforas. Berlanga quizá nos muestre la sublimación del secundario al manufacturar personajes protagonistas e inolvidables. En «la escopeta» vemos un paisaje ácido y lúcido del llamado “tardofranquismo”, donde nuestro hombre representa la Cataluña que quiere un sitio en una cacería nacional de ministros azules que se van, grises desarrollistas que llegan, aristócratas que reclaman estatus de siempre y curas trabucaires que bendicen con boina. Un paisaje, en fin donde vemos una galería de lo mejor del cine español en su historia del que Saza ayer fue el último en partir.

Mas tarde, en papel con más ángulos, me viene a la memoria la grandísima «Espérame en el cielo» del no menos grande Antonio Mercero, película más difícil de lo que parece que trata de cosas más profundas de lo que se ve en la comedia. No es nada fácil el papel de Saza en este caso, desarrollando un papel que cualquier otro hubiera despachado en arquetipo, dando una personalidad única e inolvidable.

Un actor se lleva consigo a sus personajes para inmortalizarnos, decimos. Saza es, simplemente, el último bastión de los mejores, como trabajadores del arte y como personas en humildad y talento.

A él y a toda una generación dedico esta plegaria, José Sazatornil espéranos en el cielo con la escopeta nacional.

José Sazatornil, DEP

 

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