Es como regresar a Irlanda. Vuelta al pasado por caminos de verde efervescente rodeado de casas cuidadas y lugares de venta de enseres rurales. Hace mucho calor y no vengo con ropa apropiada: la última vez que pisé por aquí hacía 30 grados bajo cero y ahora cambia el signo. Hay un margen de 3 años y 60 grados que recalienta un Eternoretornismo envuelto en sudor.

Lo disfruto desde los sillones de cuero del autocar que avanza en línea recta al destino. El billete es caro pero no hay alternativa. Se adquiere en el coqueto aeropuerto, antiguo hangar de milicia aérea, cuidado por guardias de cabeza rapada en gafas de policía americana de serie B. Los polacos tienen pose de guardia militar, aquí y en Irlanda, donde toda la seguridad civil del país, desde el metro al hospital, está garantizada por estos sujetos. Se cruza el antiguo hangar muy observado y sin control oficial de pasaportes. Sólo una pareja española de estilo heavy ha sido parada discrecionalmente al entrar. No tengo que facturar y, sin querer, estoy en la salida de un pasillo de gente con carteles, taxistas y olor a café.

Dejo las fotos para luego, para el Centro Kultural de Stalin en domingo al rojo vivo. La llegada se triplicó en vías de tranvía y márgenes de río para zambullirme en subterráneos buscando cambio de Euros. Laberinto cosmopolita de compras y prisas donde salgo a la estación central. Nadie habla inglés y las taquillas las pueblan mujeres fuertes, con cuerpos de campo que gesticulan números de horarios invisibles y ofrecen trenes fantasmas. Los andenes son modernos y los trenes antiguos. Siempre voy en segunda para vivir el pueblo nacional. Así me acoplo en una estancia con 8 aborígenes presididos por el matriarcado de una rubia con tipo de atleta de la urss y niños gigantes. Dos chicos de mirada triste que parecen soldados bostezan a la entrada. Es una Irlanda del este con trenes de posguerra y paisaje de melancolía en las ventanas. Sigo el bamboleo y quisiera dormir pero no hay espacio.

Mi destino llega y soy esperado entre toses tísicas y besos de azul purísima. Me recibe un Eternoretornismo de años que une una Polonia un Excelsis vista desde Dublín hasta los Pactos de Varsovia escritos desde Madrid.

 

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