¡Blanca!
Melchor extiende el puño sobre la mesa y observa confiado a los contrarios. La ortodoxia de Cele le hace exclamar que esa jugada tiene todo el riesgo mientras, en frente de mi, Fernando se revuelve en la silla de plástico intentando disimular una mueca que jura en arameo al no tener respuesta que dar. Las dos manos se abren vacías, fin de partida. Melchor ha ganado así a los chinos sin dar opción, como se tira penalti a la Panenca, o todo o nada.
Estamos de madrugada en un crepúsculo de día de juegos en un bar reluciente de gin tonics y risas que se multiplican en el espacio coral de una antigua escuela del pueblo, junto al recuerdo concentrado de cánticos de tablas de multiplicar. Es este un día de fiesta y suerte donde en unas mesas cercanas, apenas hace unas horas, ganaba la partida aceptando un órdago a la chica. Miguel estaba crecido y retaba a mi compañero vacilón cuando aparecía yo, con silencio de meretriz macho, aceptando el duelo mostrando manos llenas de espadas como un milagro de puñales en romancero gitano.
Más allá de los muros de estas timbas, en las calles empezaba a sonar la sinfonía de los metales cuando la tanguilla reunía a los vecinos a despuntar como lanzadores de disco en pose de héroes olímpicos rurales.
Yo nunca he jugado a esto, digo al gran Sirete que, con voz modulada de fiesta, me explica que el también tuvo una primera vez. Las monedas nos interrumpen estallando en la calle y el personal se asoma a la mina de oro midiendo distancias para sentenciar: todo, todo, te llevas todo.
Es un tarde de fin de fiesta, colofón de vías bendecidas por una Dama vestida de Sol que mata dragones y engendra la Victoria por un acto de Amor. Procesión de pueblo con cruces y pendones que resuelven el laberinto de una aldea creando una ciudad de Dios agustiniana con San Roque y su perro bendiciendo a una Castilla que va a misa de punta en blanco con alcaldesa anfitriona que luce cargo a la derecha del altar y custodiando a la Señora. Fin de semana celestial de nubes blancas y negras que ocultan la tristeza efervescente de San Lorenzo llorar más allá del cosmos y sus lágrimas se filtran entre gris nostálgico para dejar una bendición de cuatro gotas santas.
Y así llega el crepúsculo de Agosto in Excelsis cuando camino hacia “las novillas» buscándome entre la comunión de santos familiares que bajan conmigo desde todos los veranos de mi vida con tortillas y chuletas colocando mantas y mesas entre pinares. Me observo reír por todos los rincones en diferentes estaturas mientras rezo en clave eterno retornista sabiendo que todo esto se ha repetido y repetirá ad infinitum y que la Vida no ha hecho más que empezar.
Excelente el texto. Me encanta la idea de ¡Blanca! Sin astucias, directos. Ganar sin «nada» externo tan sólo con la realidad de lo que es. Confiados en que estás en lo correcto te expones al otro, que en el fondo tampoco nunca tiene «nada» aunque crea que tiene las manos repletas de «monedas»
Gracias amigo,testigo fiel de vivencias compartidas con afecto, es como el rio de la vida que rompe su monotono discurrir con las piedras de su curso. Fernando el derrotado por tu padre Melchor en los chinos.