Se implantó el otoñazo en LosMadriles este finde de color de Mayo vísperas de luna sangrienta. Por Velázquez paseo entre cláxones, sinfonía de la capital, hasta un Goya de chicas en flor que desciende hasta Colón flanqueado por una bandera que refleja el sol de media tarde. Terrazas de guiris sonrosados que apuran cocktails mientras un botones Sacarino observa desde la entrada. Policía en Génova, somnolienta de guardia y móvil en el PP, enfrente de ángeles custodios del Ausente ocultos tras árboles conspiradores. Alonso Martínez con su quiosco de libros raros deja la calle de Don José Zorrilla, nostalgia de Meseta romántica. Comienza pues Hortaleza con la iglesia posmo de Padres mediáticos donde una ventana de la Adoración se confunde con el recuerdo de la canonización de un ateo años ha. Vía larga que resume un Corinto Madriles que se aparece entre atajos de uno y otro lado hasta el oasis de San Ildefonso donde una mujer peregrina entre estaciones santas, Vía Crucis interior para rezar por el exterior. Mas terrazas donde camareros vuelan entre ancianos locales que abarrotan los bancos y se dejan cuidar por la España del otro lado del hemisferio. Hacia la Plaza del dos de Mayo se nos aparece Miguel en taberna abarrotada, choque de manos, barra repleta, caña y tapa, ponla ahí, ¿dónde?. La máquina tragaperras descansa su suerte y en el vacío de su sexo deja hueco para colocar caña y plato. Alzamos el mirar entre botellas de polvo y espejos que reflejan almas invisibles. Qué bien te veo, ya te digo. Saludo al aire y baja la tarde con tonos azulones de matices rojos para subir el volumen del himno del viernes utópico y todas las rutas dan a la felicidad ensimismada de Gran Vía. Me dicen que los Doré están cerrados por chinches cinéfilos y me pica el cuerpo de sugestión y memoria en blanco y negro encuadrado en tonos de sueño y butacón escarlata. El mejor Museo del Reino sirve raciones de jamón y jarras que rebosan espuma. Lavapiés efervescente con su morado republicano se calma en unos metros al cruzar callejones que se hacen frontera donde se puede escuchar caer a las hojas en el Cosmos de Las Letras. Más abajo, en silencio, Jesús de Medinaceli despide a sus fieles de amor incurable que gritan plegarias mientras, calle arriba, el escote de La Dolores atrae sedientos que no rezan y vienen desde unos leones del Parlamento con vocación de convertirse de nuevo en cañones. Neptuno y Cibeles custodian nuestro foro romano y al fondo, Palacio de Gallardón, acoge dos acampadas, unos consentidos y otros malditos que se cubren con la bandera naufraga que contraste con pancartas hipócritas en inglés de ‘welcome’. La diosa de la tierra mira a la Gran Vía y del James Joyce salen ingleses ebrios de rugby y pintas. Mi puerta de Alcalá se abre al desfile silencioso con que la moda de otoño-invierno viste a los arquetipos sin rostro de la modernidad. Serrano así nos devuelve a los Almirantes y la luna profética ya reina sobre ambos. Barrio de Salamanca con su olor a perfume de Castillo nos recoge en este laberinto otoñal y, mientras las almas perdidas se meten en su Posada taconeando el vacío, los pasos invisibles que han caminado todo suben a compás de la vida encarando otra etapa definitiva.

Madrid en Otoño.

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