To Bee XXX
La letra es espigada con esquinas de caligrafía celta. Sobre todo la parte remitente. La frontal es diplomática, con un tachón que duplica la palabra España forzando la Ñ. El sello es de un oso, enjaulado desde la estampa tinta que encabeza la palabra “Éire”. Saco la cámara y fotografío el paquete por ambos lados. Es grande, mucho más que el buzón por lo que, supongo, mi portero sabio se ha permitido abrirlo para introducirlo muy colocado en su interior. Estoy nervioso. La Caja de Pandora me observa coqueta desde su marrón de viaje y burocracia. Me levanto para cambiarme y comienzo a preparar la comida. Desde la ventana de la cocina miro de reojo al sobre sosteniendo un ajo en una mano y un cuchillo en la otra. La mesa es un altar que espera paciente, con calma, dejándose querer. Preparo el mantel, doy un sorbo a la sopa hirviendo hipnotizado por la vista del regalo. Trago quemándome y pienso en ella. Cantos de sirena rubia van llegando a la memoria haciendo que los cláxones de Madrid se formen en orquesta sinfónica para acompañar el recuerdo.
Mirando a la ventana ya veo el mar, tan incrustado en mis pupilas de una década, suficiente para hacerse eternos descubriendo, en esbozo prematuro lo que será mi paraíso. Había un mar, el mar. Tras la ventana una marina hacia la mar. El mar, la mar, era una fémina pagana que atraía en un camino la leyenda. Recorrí ese camino hasta mitificarme, y nunca se quedó tan vivo como ahora. Caja de Pandora, susurros de sirena aguardan en ese sobre. Termino la sopa, pongo el pollo con champiñones en la plancha y me vuelvo asombrado-asustado hacia él. Sigue allí. La plancha gime su calor como una ola de antaño. Estoy hechizado y con el blues. Pongo otra servilleta y comienzo a cortar el filete, suavemente, toque de violín ínfimo de matiz. Me cuesta comerlo, tragarlo, el blues se ha hecho con el estómago haciéndose presente desde la mar. Lo dejo, no tengo hambre. Con el mantel libre me ajusto las gafas concentrándose en la caligrafía, mil veces leída y levanto el sobre sopesándolo. Los regalos son sorpresas en lo cotidiano, rasgo de conciencias. Quiero eternizar la nostalgia, bailar el blues hasta la insoportable. Sé que en ese pequeño espacio hay muchas biografías, conviene asimilarlas hasta que exploten por dentro en este presente absoluto que ha detenido el discurrir vital en inercia de día nublado.
Parando el momento se ha desbordado ya el hechizo de la caja trágica. La hemorragia vital ha entrado y no se parará hasta que el objeto se abra. Una vez que vea su contenido será otra cosa, más grande, más entrañable, no sé. Comenzará a pasar el tiempo, el carrillón asfixiado estallará en horas muertas. Pero ahora, en este instante entra la verdad, y eso no se debe interrumpir. Estoy viviendo un espacio y tiempo sacros, eliminándolos. A mi derecha la veo más rubia en el sofá con la camiseta de España. En sí una bandera viva de carne y genio. Yo de pie, irish, verde esperanza, con pantalones cortos y pupilas abiertas por la mar. Hay que aguantar el misticismo, pero me empieza a doler la espalda. Cojo el sobre, nos vamos él y yo a mi despacho, me siento enfrente de mi ventana y lo abro.