Se no termina la primera semana de Cuaresma y la ceniza cubre Madrid en un universo plomizo de alturas mientras escaparates muestran su cárcel fucsia de un amor forzado entre corazones y lencerías. El amor se nos vende así, amortajado en lacitos, forzando una felicidad romántica de bragas y eslóganes chorras.

En nuestra ruta, el fucsia se hace rojo oriente en Usera-China-Town, convirtiéndose en dragón protector para los nuevos españoles de ojos rasgados y eles en su hablar mecánico. Celebramos un nuevo año con mono, entre danzas de fiesta y gueto, rollos de primaveras y pato al limón. Es una alegría de sonrisa aguda, monosilábica e inaccesible para el mundo meridional. Sonreímos a la par mientras vemos la epidermis de la belleza en ritmos delicados de criaturas de porcelana. Rostros herméticos en su expresión diaria que nos sonríen hoy, invitados a su cabalgata de rojos y amarillos, cual bandera patria recogida en manos pálidas. Se mueven en formación, coreografía de intimidad, y entre monos, dragones reivindican al Madrid como una colonia de Marco Polo.

Cruzamos dos calles más al norte, más acá del orientalismo, para ver a los nacionales seguir fingiendo su ilusión promocionada por un Corte inglés ,cada vez más inglés, que se define como “department stores” y rotula un “Happy new year” bajo un poster gigantesco que intimida la Castellana. Entre la fiesta oriental y las cenas de compromiso nacional, las cenizas siguen tiñéndolo todo, hasta hacerse vida rumbo a Génova. El bunker del hundimiento no apaga ya sus luces en los pisos altos y los azules de rótulos estrenados se asustan ante el azulón policiaco que aguarda en las aceras mientras la prensa hace cola para la próxima redada.

Se nos cae el establishment muy aprisa, mientras el espíritu joven se manifiesta rota en dos vertientes. Unos, invisibles y audaces,  en contra de la Memoria Histórica y otras, organizadas de rabia, contra la Represión, la que sea. España pasa de los chinos y como siempre, está a lo suyo, quemada y a la contra, parando entre grito y grito en las tabernas a desenvolver corazones en pedazos.

Ante esto, el viento ya arrecia en las mañanas y se rumorea que llega el invierno, tanto físico como metafísico, colándose entre dragones, monos, santos valentines y manis, arrancando arboles del retiro y moviendo la suciedad entre calles, para disimular la mierda. No me cabe duda que los únicos que disfrutan en este panorama de invierno perpetuo son mis amigos de oriente, en su mundo de danzas, comercio y tragaperras construyendo su bella isla autista y mítica aparte de la decadencia nacional.

Y se acaba el Sunday blues así, de camino al faro inefable de la Concepción para seguir el viaje interior de los 40 días que, lejos del ruido, murmulla una verdad individual entre rejas de madera que espera una absolución en latín.

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