Alemania es un tanque que desvela las noches de verano. Su selección de fútbol hoy juega al ajedrez con una Italia nueva de tableros azzurri. Extrena un risorgimento ´estilo Conte´, de presión arriba, alegría en ataque bajo la mirada atenta de Buffon inmortal. Es la Italia de Antonio Conte, con su traje negro de peli neorrealista, de Padrino victorioso tras haber hundido la leyenda española. Nuestro equipo depresivo, de movidas y hastío que, tras hacer una cuña en la historia, vuelve a desaparecer en el anonimato de la angustia para volver a empezar de cero. Italia también tuvo su crisis, pero volvió rápido, renovada y dichosa… hasta que se topo con Alemania.
Alemania no es que vuelva, es que siempre ha estado ahí, eternoretornista circular, con su mentalidad Kantiana y machacona, muscular prusiana y atlética… aparece siempre como un Reich inextinguible. Alemania es así un equipo forjado de pensamiento inmanente y perfecto. No exijamos a esta gente arte ni locuras, ni surrealismo ni dadaísmo, sería contrario a su espíritu. Kant se ganó un puesto en la historia despreciando la realidad, por inútil, enfocando su espíritu inflando sus neuronas. De ahí sacaba la fuerza para reducir el mundo a su mayúscula medida y salir a pasear a las cinco de la tarde pletórico sin dejar nunca la aldea. La selección alemana es eso, sublimidad inmanente que se piensa a si misma y a sus rivales en el vestuario, en los videos, para elaborar el mundo en la cabeza de su Káiser, pétreo al que siempre le filman rascándose el culo o sacándose un moco. Quizá única excepción estética a la formalidad autista de la maquinaria tedesca.
Italia salió con la euforia de su himno batallero bajo la mirada alucinada de los niños francesas que les llevan al campo. Euforia de victoria y vértigo, guerreros mediterráneos de viejo imperio ante la Europa moderna. Salieron gritones y crecidos, con el cadáver de España en el vestuario. Pero fue salir… y se acabó la fiesta. Enfrente había 11 gigantes que formaban en estructura de espejo ante los azzurri. Comenzaba así una partida simétrica de tres centrales, con vocación de tablas y trabajo de resistencia, victoria de panzers. Italia no sabía cómo moverse, su espíritu heroico ya “estaba pensado” por otro espíritu Kantiano, pragmático hasta la asfixia que les había reducido la imaginación a medida de su rival. Alemania eso de la imaginación no le va, mayormente porque no lo necesita. Cuando se tiene fuerza, paciencia e instinto, no hace falta imaginar nada. Hay que ser la realidad creada, verla con ojos claros, sin delirios de arte o trascendencia. Así mientras Italia se iba haciendo estoica, su rival comenzaba a desarrollar un idealismo de rombos románticos, vals de triadas constantes que, desde la periferia de las bandas se acercaban al área caliente. Así en círculos concéntricos de machaconería exacta se llego a una síntesis que hizo crujir el estadio. Todo parecía acabado ya, filosofía romana de decadencia que asume a Seneca contra la barbarie organizada y asumida. Pero llego el elemento extraño, surrealista, incomprensible. Un ario negro de tatuajes nos salta en el área ante unos colegas pálidos que no salen de su asombro. Un movimiento de ballet posmoderno, como de peli de los 70, saltito con brazos de libertad, ruptura de cadenas de una raza encadenada, no sé, no sabemos cómo interpretarlo algo que ni el propio personaje sabe y…penalti.
El penalti más raro visto nunca. Los alemanes ni siquiera protestan, o abroncan. Aparte de su disciplina, por su extrañeza ante tal acción. Italia se abalanza a la red y resucita. Fratelli d´Italia comienza a sonar entre las bellezas de las gradas, divas morenas se sueltan el pelo para seguir soñando. Toda la mitología romana despierta para una prorroga de julio, ventiladores en las casas, whatsapp ardientes con Milán, familias que se estiran en pijama. Treinta minutos más del juego infinito. Alemania sigue jugando a rosca e Italia se estira, hace cosas, intenta desarrollar un pensamiento que no tiene, buscando el arte del instinto matador. Pasan los minutos de tantos grados y sabemos que llegan los penaltis, arte que será lo que sea pero desde luego no es una lotería, como se solía decir. Es la síntesis del juego, los rayos X, los nervios, la autopsia…el crimen.
Y ahí empieza el desastre. Los especialistas, 5 magníficos, no saben ni dónde mirar. Los que no quieren ni verlo…aciertan por miedo. El portero alemán no despeina su figura, salta tras la raya, mira gélido al rival y elige una esquina cada vez. Buffon goza y sufre en cada tanda, sabedor que su tiempo se acaba. No hace falta tanta concentración en todo caso. Esta vez los lanzadores son tan malos que la grada se ocupa de parar.
Y de repente, de madrugada, en noche de ventanas abiertas, se acaba todo. Italia llora su ópera y finale, Alemania se saluda tranquila en círculo. Me acuerdo de Lineker y las verdades falsas e irónicas british “Football is a simple game; 22 men chase a ball for 90 minutes and at the end, the Germans always win.”