La Puerta del Sol de LosMadriles es más que una puerta donde se recoge el sol. Es un cruce de caminos donde parte la capital hacia sí misma en chotis inmanente desde el kilometro cero. Punto tradicional éste de quedada de paletos – los de dentro y los de fuera – que se reencuentran a sí mismos guiados desde la brújula de un madrileñismo cañí. A nuestra Puerta se llega desde infinitas avenidas irregulares donde uno va cayendo sin querer, esté donde esté, en esta ciudad cruce de caminos patrios. Se llega entre templos, tascas, prisas y meretrices apareciendo sorprendido bajo los perfiles de Carlos III y el Tío Pepe. Se acoge, monarca y popular, a la idiosincrasia del alma nacional que irá saludando entre manteros de África, latinos disfrazados de Disney y razas romaní que reparten suerte como sucursales de Doña Manolita. La Puerta del Sol tiene la imagen mística de plasma en todos los fin de año con sus marineros sin mar comiendo uvas y bebiendo champán.
Yo la empecé a vivir en directo, cuarteada de calles libertarias en viaje fugaz de15M, que en el extranjero llamaban «spanish revolution». Más tarde la caminé pastoreando ganado trashumante y, finalmente como acogida de todas las mareas y manifas del territorio nacional. Allí hemos comenzado excursiones y terminado viajes, entre besos de bienvenida y lágrimas de despedida bajo árboles de oro con siluetas de lotería en Navidad.
Desde mi llegada definitiva a la corte he visto dicha Puerta abrirse abarrotada en dos circunstancias ejemplares: desde una «demostración de fuerza», así llamada por la generación Podemos, hasta una búsqueda ectoplasma de la generación Pokemon. Ambos grupos, tan fonéticamente similares. En la primera terminaba Mercedes Sosa gritando el «todo cambia», en un día de utopía tricolor y boinas confundidas de brigadistas donde un entusiasmo cul de sac daba brindis al sol buscando la utopía en un cielo sin dios. Ayer, con los Pokemon, alevines últimos de la generación pérdida, salían de sus casas con ojeras cubriéndose el sol con el móvil para encontrar esa otra utopía en la tecnología de calles interpretadas masturbándose la felicidad acumulando puntos.
Estos dos movimientos, de diferentes miradas, complementan así la visión de acampada revolucionaria en dos caras, cerrando el ciclo virtual de una generación inquieta en su mismidad. Y es que ya decían «The doors» en su versión psicodélica de Huxley, que las puertas de la percepción daban a entender las claves de la conciencia. En Madrid la Puerta del Sol es la puerta donde se sintetiza el chotis del alma patria en movidas dialécticas de un espíritu, el del alto siglo XXI, que se revuelve ya tan descompuesto antes de explotar. Como en «el ángel exterminador» de Buñuel, yo sólo espero la vuelta trashumante del ganado para que así, en movimiento pausado, vayamos avanzando metafóricamente hacia Alcalá y su otra Puerta miralá-miralá, rezando a la señá Cibeles – escayolada este agosto – en procesión Madriles surrealista que nos saque de este diseño fatal.