Lorca suelta la paloma al cielo de Octubre. Es éste un cielo brillante y cantarín de otoño Madriles, más de primavera en víspera de fiestas. El verso coge ritmo con ecos militares que llegan desde el Paseo del Prado hasta Santa Ana. La jornada es musical nutrida con dos tonos mezclados: el ensayo tamboril del 12 de Octubre y los puntuales pianos del Barrio de Salamanca, cuyo epílogo está colocado en Las Cortes por vía de excepción. Concentrado en el contraluz del vuelo lírico de la paloma, me deslumbra la figura apabullante y apresurada de mi amigo.
Artero se hace visible con su sonrisa y exceso de tirantes que me enredan en el abrazo. Se excusa elegante por una ligera tardanza y nos ponemos a caminar desde el espacio de la plaza soleada hasta las penumbras del Callejón del Gato. Allí nos reconocemos en cada espejo, del cóncavo al convexo, para dibujar el sacro esperpento que nos define. Saludamos a Valle y salimos conversos entre terrazas para acomodarnos entre personajes de Buñuel con acento del este y camareras italianas, bajo la mirada de un Lope en ilusión de corral de trampantojo.
Es la segunda vez que veo al tipo aunque me parece recordarle de siempre. Es lo que pasa con las amistades, que forjan un áurea de recuerdos que, sin ser recordados porque no existen, producen el imaginario de las uniones. De todas formas yo le conocía realmente de antes, sin saberlo, claro. Fue hace unos años en el Instituto de RTVE cuando, haciendo el curso de realización, estudiaba los fundamentos del guión en un libro suyo. Es decir, conocía ya al personaje desde su trabajo y punto de vista y es ahora, en este Madrid del 16 dónde se reencarnó el mito en sus tirantes azules y playeros, desvelando a un personaje vestido de sí mismo, sacramento primero de los dandis.
La música en la esquina de “La tía cebolla” ya no se oye; apenas el chotis ronco de la ciudad con sus cláxones y rumor en grito donde se impone la voz de tenor de Artero. Voz mediática y grave, llena de vida y tabaco donde explica sus historias. Se ayuda con las manos, poderosas que sostienen caña y pitillo, para narrar la efervescencia del misterio infinito de “lo real” desde la clave periodística. Mi colega de vocación explica el tema desde códigos muy similares a los míos, ahí la clave de la confidencia y ausencia de preámbulos innecesarios. Sabemos que la Realidad se nutre de capas, siendo la última y más importante la del Sentido, el “make sense” anglo que define las conclusiones. Así, desde el anecdotario a las fuentes de poder, entre la anécdota y las categorías tan coincidentes, van rodando las cañas desde las manos de la bella italiana que tanto y tan bien nos cuida.
“Ser rigurosamente subjetivo”, es la clave. Esa afinidad de ideas resume todo un vermut. Eso y la humanidad del periodista, el ser buena persona para poder interpretar la realidad en su dignidad. Artero es buena gente, ya lo sabía, sin embargo se sublima con un gesto definitivo: fue al sacar de mi bolsa su libro para que me lo firmase. El gigante se ve emocionado y toca el libro, parte de sí mismo, reconociéndose en el momento. Tras los espejos del callejón es al mirar su obra como se reconoce emocionado. Me escribe la dedicatoria con la seriedad de firmar un Tratado definitivo y entonces el que se emociona soy yo, por dentro, sin notarse, mayormente porque soy un chaval frío de la Meseta y con muchos años en Inglaterra.
Como cuando se está a gusto, el vermut no basta, se transforma en anhelo de almuerzo y así nos desplazamos por Huertas entre tascas donde todo el mundo saluda y viramos en dirección al “Quevedo”, puerto de capitanía portuguesa enfrente de la tumba de Cervantes. Nos acordamos en barra, pues, al fin y al cabo somos hombres de trinchera y ruido, que nos gusta rodearnos de la vida que ahora engulle tapas y raciones sin pausa. Brindamos por Don Migue, su alma y la nuestra, por la existencia y por la esperanza. Al salir, un gato cervantino y trinitario se despereza entre las ventanas del convento atento a nuestro abrazo. Creo que nos ha seguido desde el callejón y nos escucha bendecir este un vermut como un prólogo de tantos otros, ya que la aventura no ha hecho más que empezar. En el cruce de caminos, Artero se va hacia arriba mientras yo bajo hacia Las Cortes donde escucho el piano y a un espontáneo cantar por soleares.
Un magnífico vermú escrito desde la emoción y el respeto un hombre integro y admirado.
Da envidia tu manera de escribir tejiendo las palabras con emociones que nos hacen saborear la ciudad, su ambiente, los lugares visitados, a la vez que intuimos la conversación de dos camaradas que disfrutan el encuentro.
Enhorabuena McMurphy, eres un artista envolviendo gestos y lugares en palabras a la vez que nos brindas otra de tus facetas artísticas, la originalidag y calidad de las imágenes .
Ya te digo, doble envidia.