Se abre octubre oliendo a humedad de hojas que se desperezan en la madrugada. Al despertarnos se consolida un otoño entre Castillas, al que saludo cruzando estepas mesetarias, mesetas esteparias, bajo el manto de Teresa de Lisieux. Leemos “Historia de un alma” en trance de espacios, rezando a nuestras Teresas, siempre tan doctoradas entre la iglesia y los corazones místicos. Empieza octubre así, por la puerta grande de las Españas, introduciendo una agenda de aniversarios que inicia su almanaque entre féminas Santas para terminar en reformas Luteranas, mes de Lepanto e Hispanidad, de Descubrimientos y Pilares.
Los viajes más hermosos que hice fueron en Octubre, observando el mundo en trayectos de oro viejo y caminos olvidados, época ya renovada de “veraneos” y demás felicidades obvias. Es tiempo propicio para “castellanear”, es decir, patear a galope el viejo mosaico de la patria dejándose vez por ermitas vacías y rostros del tiempo, hasta sumergirse en las bodegas guiadas por el olimpo rubio, ángelas bellas entre la contrarreforma y el paganismo antes de Cristo.
Octubre así regocijado es la llave que consolida el otoño que dará paso a ese viaducto tremendo que brillará en Noviembre con Santos y difuntos haciendo conciencia del tiempo. Hasta entonces, disfrutemos cada instante, del presente absoluto que nos dicta el tic tac de la caída de las hojas atronando tierras y cementos, tiñendo el pensar del mundo en clave de verso libre, intentando leer los instantes en que ya se ralentizan las jornadas frente al fuego. Así, hasta que nos topemos con un deslumbramiento de una divinidad que nos calienta cada ascua entre el Amén y el Cheers.