Se nos va Debbie Reynolds, apenas horas después de la quiebra del corazón en las alturas de Carrie Fisher. Los goteos de un alegre cantar bajo la lluvia se convierten así en diluvio tras mezclarse con unas lágrimas que honraban a la Princesa Leia. Tormenta de estrellas, pues, en Navidad, entre la nostalgia de una galaxia lejana, muy lejana, hasta la cercanía de un star system terrenal de Hollywood. Digámoslo más claro y sin tanto lirismo: una madre cae rendida ante la pérdida de su hija. Formas de verlo en diferentes ángulos, planos, focos, facetas y galaxias.
La tragedia es más simple y por tanto, más difícil de asumir. El orden natural del cosmos se rompe aguas entre la lluvia, nutriendo de placenta a un dolor cuyo parto se acelera en su devastación. Porque es igual morirse con 85, 60 o con 40. Mientras tus raíces carnales sigan vivas, el horror se duplicará en años luz, aunque se amague continuando la respiración entrecortada, ya más artificial que nunca. No importa maquillar la biografía con gestos de gloria, memorias de celuloide, mortajas de blanco inmaculado de princesas posmodernas. No. Una hija, retoño caliente de tu cuerpo, se lanza a las galaxias, dejando la vida antes que su nave matriz. Inasumible.
Debbie entonces, enlutada, preparaba en trance el funeral en su Hollywood cercano, ante una mala nueva de final de año, que es ya final de época. El tiempo así se aceleró roedor, finiquitando biografías desde un dolor, que ya todos sublimamos viendo de nuevo “singing in the rain” esta noche. En un todo de agua nostálgica y con esperanza, ya que el líquido elemento es, al fin y al cabo, el origen y final de todo como nos descubrieron los primeros sabios. Rezaremos por ellas pidiendo, humildemente, que se nos respete ese orden natural y no nos vayamos a las galaxias tan lejanas antes de que nuestros padres nos hayan acomodado el purgatorio..
Carrie Fisher, Debbie Reynolds DEP