Se acaba, por fin, un domingo interminable de invierno en Madrid. La lluvia ha dibujado desde el amanecer un mundo en gris, haciendo que las horas sean infinitas hasta fundir el tiempo en una pantalla en negro. Es el final de la película “La escopeta nacional” del gran Berlanga en los cines Doré, sede de la Filmoteca Nacional. El programador del mes ha acertado de pleno con la proyección, ayudado por la casualidad de un destino caprichoso. El film, como sin pedir permiso, rubrica en símbolo el fin de semana creando un finale de ópera bufa, genial sarcasmo de la realidad leída en clave de esperpento, esa cosmovisión natural de los hispanos.
Y es que tras jornadas intensas de sobredosis en venas opuestas, desde pinchazos de súper congresos políticos, envueltos en cajas mágicas y vistas alegres, nos encontramos aquí, zona Antón Martín de los Madriles, todavía flipando. Alucinados ante la metáfora vital que cierra de un portazo cualquier tipo de análisis virtual, puntual, surreal, repetitivo, obvio, ciego, interesado o tostón de tantos genios del periodismo. Hay muchos debates sobre la relación entre la vida y el arte, si es la primera la que imita a la segunda o sucede lo contrario. Las visiones son distintas según el ángulo aplicado. Si bien parece que es la Realidad la que dicta el guión, todos reconocemos que, por ejemplo, cuando Coppola rodó “el padrino”, su trabajo cambió mucho de la estética mafiosa. Si antes de Coppola, los gangster vestían más o menos bien, después de Don Corleone, los pistoleros iban de Armani e imitaban más los gestos de los actores que de sus maestros. El talento de Coppola lo tiene Luis García Berlanga que, diseñando el esperpento de una cacería en los sesenta, no sólo dibujó la clase política de la época sino el diseño de todo un establishment patrio que, en eterno retorno, se parece siempre a sí mismo.
Los congresos de este invierno de viento y lluvias nos dejan el collage vulgar y sabido de esta inigualable especie política nuestra. Si a la diestra se gozaba la gloria abrumadora de votos mayoritarios, omitiendo una ciénaga de cloacas, valores arrasados y problemas sin resolver, terminando en una orgía donde el poder se acumula en bellos rostros, a la izquierda, la generación juego de tronos y estrategias-Risk, se celebraba apelando a la ilusión de ser imagen y semejanza de una tierra cuarteada, asambleada, multicultu y andrógina, mientras los superdotados se hacían búnker dirigente estilo soviet.
La alegría en los dos bandos es simétrica y contrasta con la melancolía de un Estado gris – no sé si político, pero sí de conciencia alterada – donde los dioses cansados de Pueblos, Libertad y Fraternidades, van cayendo ante una frustración interna de esos pobres parias que sólo son personas. Ya lo sabemos: es solo un juego. Es la sociedad del espectáculo, el circo animalista sin animales, la farsa ardiente que cada vez nos quema más al ver que el cartón piedra, donde se sostiene el invento, se quiebra por dentro y por fuera. Es un domingo de carnaval antes de tiempo, un preludio innombrable de cuaresmas rígidas y laicas. Las escopetas nacionales nos reconcilian en el Doré. Gracias Berlanga, maestro, me has salvado el domingo. Definitivamente la vida en España, más que arte, clama por ser y devenir esperpento. Es nuestro sino.