http://www.madridcode.com/2017/03/05/carnaval-espiritus-rotos/
Se nos acaba un febrero ventoso e iracundo, bajito de días pero bravo de agenda, fiero como un Pablo Romero con morrillo. Y se acaba a semejanza del Estado que le parió a este lado de los Pirineos: carnavalillo y blasfemo. Llegamos hoy al velatorio de una frígida sardina que se entierra en el pavimento tras días donde el Pueblo le da por disfrazarse de si mismo, a ver si por fin se reconoce en paria o súper héroe, vampiro o cardenal, obviando la obvia cotidianidad de unas biografías que naufragan en gris de la nada a la nada. El carnaval, así en bruto, se descubre como una fiesta inmanente que se homenajea a sí misma en su mascarada, pues ya pasaron tiempos de Cuaresma, -concepto que nuestro simulacro de catolicismo de clase media ignora qué es- cómo la parusía y esas cosas de la metafísica. Y es que el supuesto catolicismo de la fallida clase sin clase alguna no es de Cuaresmas ni nada de eso, sino de disfraces divorciados con que pasear al chaval hiperactivo.
Este Carnaval de carne y nada, sin horizonte ni preludio, caravana de más desfiles carnívoros, se presenta como una exhibición del espíritu enfermo sin advertirlo. No es ya un divertimento en víspera de limitaciones y penitencias, sino un exhibicionismo que marca una identidad de escorias. Les pasa igual con el tema de Halloween, cuando vemos a ese circo de familias progres haciendo el chorra y manejando símbolos cuyo significado se les escapa. En ambas orgías de risa floja, el fin es idéntico: obviar a los Santos y difuntos en noviembre, y disimular la Pasión que nos traerá la primavera. Plan sutil, diseñado por gente muy lista de más arriba pero, aquí a ras de suelo, el Pueblo Soberano o Magno no se entera. Los que sí lo ven es la inteligencia de nuestro querido enemigo, aquel que sólo amándolo mucho se puede destruir. En este caso son los colectivos organizados que campan con carta blanca en el Estado. Ayer vimos la prueba de ello, en Canarias, donde el arrastramiento de reinas,desveló su espíritu eficaz ante un público que aplaudía. La blasfemia, como libertad de expresión, of course, desde gente cuya única capacidad es expresar sus dogmas y gestionar tolerancias cero a su antojo, utilizó una vez más su arma más eficiente, tan diseñada en el siglo XX por los maquiavelos gramscianos. Lo sagrado no se quiebra más que por el sarcasmo, la risa alta y grosera, haciendo del insulto arma mortal del que siempre se puede escudar en excusa de “broma” mientras defeca en el objetivo.
Los espíritus no se equivocan, sobre todo los torcidos, los que vienen de una biografía de infancias robadas y violadas y nutren la vida de esa gran pasión que es el resentimiento. Digo Pasión y no mero sentir, pues es una fuerza es que ni se razona ni se puede controlar. Los colectivos del resentimiento y la contra natura, forman espíritus que no pueden dar marcha atrás, mayormente porque todo está ya perdido en su laberinto y no queda más que una destrucción de flores venenosas que, en su invernadero, se asfixian asfixiándose. Sin embargo inspiran aplausos sucios de tanto manco de corazón cuya música eco en ese túnel que da a la eternidad.
Economista y escritor
Juan Miguel Novoa