En memoria del Capitán Borja Aybar
No fue un desfile más. Ya en la amanecida se notaba actitud firme en los ensayos, euforia en los balcones, prisa en las calles. Un ritmo que se podría admirar desde un cielo que, en el contraluz de un Octubre recalentado, se dejaba adornar por nuevos habitantes. El cielo de Madrid se abría ayer a nuevas figuras que acompañaban a la habitual protección diaria. Naves que llevaban días trabajando piruetas, haciendo pose por nuestro particular skyline en nuestra silueta de pueblo manchego en el que brota un chabolismo con pretensiones de cuatro torres surrealistas.El cielo, así tan habitado, estaba a juego con un suelo que se hacía vital desde Castellana.
Los pilotos podrían ver con alborozo, ese movimiento de ilusión humana vestido de estandarte que corría a coger sitio donde podía. Saliendo por la tranquilidad perfumada de Serrano me fui uniendo a la comitiva entre la estela del Almirante. A medida que se avanzaba, ya intuía que me iba a quedar lejos del inicio. No me importó. Desde mi estancia en la capital ya he visto acreditado unos cuantos desfiles en primera fila, posición frontal de cara al sol, acompañado de cámaras que observaban a su izquierda las tribunas de prohombres y a mi derecha compis de frontera. En frente, el sanedrín del poder y, entre medias, la bandera con su comunión de Caídos. Visión de privilegio y oficialísima que ayer se dejaba empequeñecer por otra muy diferente: la de un conjunto humano reconvertido, quizá converso, que deseaba desde hace tiempo, mucho tiempo, soltar una garganta con vivas atragantadas a su bandera y a su ejército.
Porque si un ente ha sufrido en estos patéticos tiempos, es el mitificado o maldecido “ejército español”. Otrora, monstruo sagrado, guardián de honores, sostén de estabilidad, custodio de símbolos y códigos de comportamiento. Tan querido como temido, se fue desmantelando desde leyendas negras con excusas de ruidos de sables y limpiezas amañadas en 23-F; ocultos en crimen indiscriminado de guerras del norte, hasta su conversión posterior a ONG. Todo esto en silencio vergonzante con humillación pública de estatus y sueldos y dónde, los que tenían que decir algo, apenas musitaban quejas en algún brindis o vermut, de pase a la reserva claro, cuando la pensión no peligraba con la sanción.
El ejército español quedó así herido de muerte, rehén de los nuevos gestores que no conocen de milis, de una sociedad paleta que objeta-por-la-jeta y, por supuesto, por unos intelectuales mediáticos y orgánicos que, ni saben, ni quieren saber. Ejército de sueldos congelados que acoge mercenarios de profesión despreciando a héroes con vocación, limosneando logística para competir en maniobras sin hacer el ridi. En fin, para que seguir, un ejército…a la altura de su pueblo, no nos engañemos. Dos entes huérfanos y desconcertados, intimidados en décadas que, un día de octubre van y se encuentran en un ruedo ibérico y cheli para saludarse en tres tiempos de abrazo prolongado.
Porque eso fue lo que pasó ayer. El desfile oficial acabó, raquítico como todos, pero lo que empezó después fue otro desfile. La música militar dio paso a una sinfonía de cláxones de Victoria. Autocares y furgones, celebrados a modo de estrellas de fútbol, no-estais-solos, portaban soldados, cabos, oficiales… en un gesto de unión de un ejército con su pueblo, de un músculo con su corazón.
La Castellana vivió ese encuentro en una declaración de amor otoñal tantas veces postergada. Amor que, desde el pavimento, voló con seguridad a un cielo peligroso y de luto donde un hombre fallecía como héroe ante los mandos de un caza.
España ayer se ensanchó. La alianza entre los dos sustentos de la Patria, esa palabra que viene de Padre, se rehizo. Y mientras los políticos desaparecían con sus coches tintados, nosotros, los de uniforme por dentro y por fuera, nos fuimos juntos camino de la Concepción a rezar por uno de los nuestros y brindar por el reencuentro de la Historia.
No has podido relatarlo mejor, transmitiendo toda la emoción del momento de antaño y los reproches de antaño. Suenas a homenaje de coraje y corazón. Emocionante crónica.