A la memoria de Don Víctor Laínez, mártir de España.
Las dos Españas, el mito eterno que hiela corazones cuando se funde en pasiones encontradas, se va dibujando cada vez más en nuestro presente absoluto y repetitivo. Como el Guadiana, que a veces desaparece, pero siempre termina volviendo a la superficie con fuerza.
España es un organismo con mala salud de hierro, llena de contradicciones y achaques pero que, milagrosamente, consigue sobrevivirse a sí misma en cada hecatombe. Casi como aquellos matusalenes de pueblo que al alba les daban la extremaunción y al caer la tarde se les veía de nuevo paseando como si nada fumando un celtas entre el templo, el monte y la taberna.
Esta dualidad hispana se ha desarrollado en la historia de diferentes modos, con hábito maniqueo de pares o nones, de blancos y negros, con fidelidad inquebrantable a nuestras manías. Un país sin haberse sabido desarrollar internamente para llegar a un anhelada síntesis terciaria, tipo Hegel o la Trinidad… o el vals claro. Pero no, lo nuestro es el pasodoble y el chotis: o todo seguido hacia el infinito imperial o en circulo en un palmo de terreno espiral y guerracivilista. Lo nuestro es el eterno retorno pero sin la grandeza de la poesía de Nietzsche, pues apenas nos quedamos en la repetición sabida de guiones resabiados y aburridos.
En esta etapa la nueva versión de nuestro drama se da, me parece a mí, entre la España victim-ista y la España Víctima. La primera viene del ‘ismo’, es decir de la ‘ideología’, de esa maquinaria que cuando se encierra sobre si misma produce, ignorando lo real, conceptos que engloba en ‘ismos’ a partir de una base indemostrable que para sus fundadores es ‘dogma’ y para un menda ‘prejuicio’. Esta España de hoy está dirigida por autoproclamados ‘idealistas’ e ‘intelectuales’ palabras que suenan muy bien – como ‘romántico’ o ‘utopía’ – pero que solo tienen el sonido que cubre las mayores de las falsedades.
Es una ideología que se basa, mayormente, en el rencor parida entre la mediocridad propia y los-hechos-que-no-ha-pasado, así de claro.
Lo dijo aquel Bermejo – ¿se acuerdan del ministro zapaterista? – cuando estableció que los españoles éramos tan tontos porque no habíamos pasado por las famosas Revoluciones. En fin, las nuevas ideologías que ha parido una legión de nuevos ricos y listos disfrazados de descamisados que claman que la historia es la ‘memoria’ que ellos hacen – por ley o intimidación – basada en las derrotas, con nostalgia artificial de aldea perdida que genera sentimientos de incesto localista. Es el ‘ismo’ donde se legitiman derechos para hacerse insensible a las matanzas deshumanizadas de seres a los que se oculta la condición de persona. Por ejemplo.
Las víctimas son aquellos que quedan. No los idealistas, sino los Realistas – que nada tiene que ver con realeza, por supuesto, quite, quite – Son los que recogen la realidad de la sangre de los nuestros mientras los asesinos ocupan parlamentos. O los que asisten impávidos, como corderillos amansados, al desmoronamiento real de España desde los traidores que ocupan poltronas y gobiernan desde estadísticas corruptas.
En fin, los parias intimidados y engañados, que respetan la Realidad de su historia, la Realidad de su lengua, la Realidad de España o la Realidad de la Vida.
Son, en último y sublime ejemplo, los que dejan ideas para olvidarse de si mismos y acudir a las áfricas del mundo a curar malheridos para, cuando vienen a casa llenos de amor y lepras, le esperen sus compatriotas idealistas con rictus torcido y protestando por el coste del avión que le ha traído. O los que lucen con orgullo una bandera que, al igual que la Cruz, provoca el odio de los que sólo se reafirman por la extinción del Otro.
Quien quiera entender que entienda.
Sensacional e imprescindible artículo, Novoa. Pocas cosas tan desoladoras como morir por la sinrazón.