Para Amparo in Memoriam
Nada más lejos de mí que ser una aguafiestas. Y mucho menos cuando se trata de la Navidad, fiesta mágica, para mí, donde las haya.
Muchas veces he pensado en pedir a los Reyes Magos un cambio de fechas porque, de unos años a esta parte, el mes de Diciembre está contra mí, a pesar de haber nacido en él, pero dado que podría coincidir con la sinsorga de Carmena y su furor anti navideño, con eso de querer cambiar la Navidad a cualquier otro solsticio que se encuentre rondando a su neurona, creo que es mejor tachar la petición y seguir capeando el temporal emocional de cada Diciembre. Éste, también toca.
A mí lo más triste que me podía pasar en Diciembre era que, en los sorteos de la programación, me tocara la Navidad volando; más que volando, pasarla fuera de casa. Me decían mis pequeños que “una mamá no puede irse de casa en Navidad”. Y oír ésto me fundía y me echaba abajo mi vocación aeronáutica. Tenían razón.
Max, que siempre, en diciembre, se impacientaba mucho ante la salida de la programación, cuando vio que nos tocaba pasar Nochebuena y Navidad en Las Palmas de Gran Canaria, me da ese codacito afectuoso con el que suele llamar mi atención, y me susurra: “Bueno, al menos no pasaremos frío”. Claaaaro, Max, si el que no se consuela es porque no quiere. Y es que, además, aún no conocíamos a nuestra encantadora Tere Blackwolf, que habría sido un estupendo aliciente.
En fin, que Diciembre llevaba su caminar hacia su día 24 con insistentes rumores de huelga de……?” ¡¡Deeeee todos, contraaaa!!, me interrumpe, Max, muy puesto en guardia. ¿Es que no hay otro mes en el año para hacer huelga? ¡¡Que la gente viene del quinto pino a pasar la Navidad con la familia, jod……!! “ Maaaaax, ya verás como a última hora llegan a un acuerdo, que una huelga con los aeropuertos y aviones a rebosar en plenas Navidades es un caos de tres pares de narices. “¿Un caos, Belencita???, ¡¡querrás decir una putada del tamaño del Empire State!! “.
Y…..el caos se dio. Y los controladores franceses nos hicieron migas. Y llegamos a Amsterdam a las mil, y luego teníamos que volver a Madrid y, desde ahí, a Las Palmas. Y …… los maleteros de Barajas también se apuntaron a la huelga. Y no sé cuantos más “y”.
Pero el espíritu navideño, al menos el de aquel tiempo, era muy sólido, y todo el mundo, menos los huelguistas, claro, estaba dispuesto a poner su ración de comprensión. Nuestro comandante hizo lo imposible por no dejar a nadie en tierra, y que los familiares que acompañaban a algunos miembros de la tripulación en tan señalada noche, no se quedaran a verlas venir.
En éstas estábamos cuando nos comunica el “capi” que, en nuestro hotel de Las Palmas, y en los de toda la ciudad, hay huelga de hostelería, que incluye restaurante y limpieza, y que nos íbamos a encontrar seguramente la habitación sin arreglar y nada para cenar. Raudo y veloz, el comandante pidió al catering de Barajas una cena para la tripulación, en previsión de lo que parecía inevitable. Nuestro avión, empezó a parecerse al camarote de los hermanos Marx. Salían pasajeros de todas partes, suplicando algo de comer para los niños, y nosotros, la tripulación, haciendo casi milagros, como si fuera el día del reparto de los panes y los peces, repartimos, como pudimos, entre los pasajeros que subieron al avión con la condición de no tener cena, nuestra propia cena; no sólo por generosidad, sino porque, con aquel maremágnum, tampoco íbamos a tener ni tiempo para tomarla. Al finalizar el vuelo, sólo quedaban dos panecillos olvidados en una bolsa, y dos rodajas de chorizo: ¡dos!. Ni una más. Los guardé en mi bolso cual si me fuera la vida en ello.
Al fin, aterrizamos en Las Palmas, pasadas las 11 de la noche, exhaustos y hechos un desastre, sin nada que comer y ninguna posibilidad de conseguirlo, ¡tras una jornada tan agotadora! Habíamos perdido la cuenta de las horas de actividad que llevábamos. Max, fuera de combate total y achuchando, como siempre, me dice: “Azafataaaaa, que te has pasado de actividad ya hace un buen ratoooo”. Debo decir que en semejante fecha a ninguno de nosotros se nos ocurría dejar un vuelo tirado, aunque nos hubiéramos “pasado de actividad” sobradamente, (ese término que casi ningún pasajero conocía entonces, pero que es muy importante conocer para no protestar por lo que no se sabe; sigue vigente). Volar pasado de actividad significa haber sobrepasado ya el límite máximo de actividad calculado por Aviación Civil y que, por lo tanto, no estás en condiciones óptimas de atender debidamente una posible situación de emergencia. Pero….. ¿hay mayor emergencia en Diciembre que pasar la Nochebuena tirado en un aeropuerto?
Cuando ya sale el último pasajero del avión, dándonos las gracias y parabienes por nuestro esfuerzo, bajamos la tripulación al minibús que ya nos esperaba a pie de avión para llevarnos al desolado hotel. Nos dejamos caer cual fardos en las butacas, dando gracias a Dios porque los conductores no estuvieran también en huelga.
En el trayecto, mi muy querido amigo Félix Sainz, Sobrecargo de aquel vuelo, me dice: “Belén, estoy desmayado. ¡Vaya Navidad nos ha caído! Ésto no lo ve toda esa gente que dice que ganamos mucho”. Entonces yo, en plan David Copperfield, jajajaja, saco los dos mendruguillos de pan, a los que había metido cada una de las rodajitas de chorizo que cogí en el avión y le digo, triunfante: “¡Voilá!, toma, uno para ti y otro para mí”. Félix, sorprendido gratamente, me echa un brazo por el hombro, (Gotor no eches a volar la imaginación, que la gente es muy habladora, cuando se trata de tripulaciones aéreas, Felix era, y sigue siendo, un hermano para mí) y me dice: “¡FELIZ NAVIDAD, Belén!”. Nos echamos a reír los dos, y a mí se me llenaron los ojos de lágrimas agridulces.
No quiero ser aguafiestas, como decía al comienzo, pero permitidme que esta anécdota, que hoy os cuento, sea un sentido homenaje a una de las azafatas de aquel atípico vuelo, Amparo Ruiz de la Hermosa, gran amiga mía, que sufrió el pasado día 8, con 58 años de edad, un infarto cerebral irreversible.
¡Feliz vuelo y hasta siempre, amiga!
María Belén López Delgado