Y llegó el 21D, nueva sigla de la tediosa partida de barcos del estanque nacional que coincide con el comienzo del invierno oficial. Dos factores que engordan, antes del turrón, una fecha en recta final de Adviento previo a la lotería, nuestra inauguración tradicional de la Navidad.
Muchos asuntos para un día, en estos tiempos alborotados en que los inviernos, y resto de estaciones, se vuelven más conceptuales que reales. A semejanza del mundo moderno, claro, donde la persona ya se define en géneros y, mientras el cosmos se amplía en vals dialéctico, la realidad se reduce por “deconstrucción”, la palabra mágica que encubre el pensamiento de una matrix mental que destruye, como una apisonadora, una civilización que añora volver a la barbarie.
Nuestro 21D, invierno fin de época, llegó en España tras una colección de otoños calientes, veranos ardientes y primaveras sin sonrisas. Y vino volando de hojas secas que, en Madrid, están por los suelos por la dejadez de Carmena y en Barcelona se visten de papeletas inútiles en liturgia falsa de las elecciones. Unas hojas y otras, sean pardas o blancas, se unen así, patéticas y llenas de mierda atrasada, en este inicio. Sabemos que el ayuntamiento de Madrid no limpia por dejadez y en Barcelona se vota por hastío. El paralelismo patrio nos muestra que en Madrid estamos acostumbrados a prolongar el otoño con hojas cubiertas de mugre e iluminadas de neón carmesí; como en Barcelona continuar el teatro con hojas parejas pero de blanco roto, como dicen los cursis del estilismo. Roto de convivencia y egoísmo anti España en esa alianza burgués-charnega que busca incubar en urnas nuevos profesionales del odio iluminados por antorchas de la CUP.
Winter is coming pues, amiguitos, en enésima temporada de nuestro juego de tronos, versión paleta de serie B, dirigido malamente por nuestra novel generación televisiva que se inventa frentes borbónicos y republicanos en plagio de Star Wars. El invierno pasará algún día, en bucle eternoretornista pero las hojas seguirán descomponiéndose, de mes en mes hasta hacerse cenizas por aburrimiento esperando que un viento mistral ruja de rabia y, por fin, limpie.