Se acaba Enero cuando apenas había comenzado. Ayer era Tiempo de Navidad, en horas pasaba el Año Nuevo, Melchor nos daba los regalos para aparecer, horas después, con nueva cadera de titanio. Se bajó del camello arrastrando las piernas y, quien lo diría, ya le vemos montando potros para un rodeo en Texas.
Nos hemos quitado unas cuantas caderas ya, en ese proceso de robotización que acoge a la especie para aumentar la calidad de vida. El tema del siglo XXI es precisamente ese: ¿Quéue quedará de “natural” en el hombre a final de siglo? Nota al margen: Seremos optimistas asumiendo que estos cien años van a acabar a su tiempo, cosa que no veremos ninguno, o si, vaya usted a saber. Yo desde luego no me apunto, pues vivir de más puede ser tan molesto como vivir de menos.
En todo caso, que me pierdo, la cuestión, el tema, la elucubración, en fin, es la sustitución de la naturaleza por la versión efervescente de la tecnología.
Bueno, en algunos casos nos agrada, claro, pues asumido es que la especie viene con defectos; para unos consecuencia de fallos del Ingeniero Jefe, para otros, consecuencia de la famosa Caída de la Costilla, anticipo de trasplantes que nos trajo tantas sorpresas (para darwinianos no hablo porque me baja la moral debatir chorradas). La naturaleza está en extinción, nos tememos: la interna porque se rompe, la externa porque se quema y la mental, y eso es lo grave, porque se deconstruye por los filósofos modernos y guays para enterrarla en cápsulas de género cultural, esa versión sofisticada de la ficción.
En fin, nos tenemos que al final del desguace quedará una especie de robots starwars con retoños programados en incubadoras e ideas esdrújulas en salones de hormigón.
Me da igual, allá ellos, yo lo veré desde la visión naturalísima del alma. Mientras tanto, nos cuidamos las caderas en familia porque, como todo el mundo sabe o debería, “la familia que se cuida y reza unida, permanece unida. Y no hay más por hoy. Nos vemos en febrero.