Un sueño despertó la siesta del estío.
Helado ya el sudor de gloria que ayer
-en otra vida-
nos derramaba en ráfagas insomnes.
Fue entonces, para no morir,
cuando nos buscamos con más ansia
-tan perdidos-
deslizando un tobogán de noches largas.
Así fusionados, renacidos,
volvimos a prender antorchas
para encontrarte, fetal y entera,
en cataratas preñadas de mi cuerpo.
Y seguir contemplando entre gritos y humo
nuestro reflejo exacto,
nuestra rabia fruncida de guerreros,
nuestro amor intacto.
Que ardía en el océano
asimétrico-infinito
de carne y miedo.