Entró la primavera durante la semana. Me encontró con frío gélido en la Dehesa de la Villa: a mi izquierda espacio de pinos, cementos a mi derecha y de frente, Francos Rodríguez inmortalizado en estación de metro. Me encontró la primavera colocándome un gorro Mesetario y bufanda de lana inglesa, caminando en contrapicado mientras hablaba por teléfono vocalizando amor en vaho. Las estaciones tienden a invadir calendarios, expandirse en prórrogas y atrasarse en los inicios. No recuerdo un inicio de primavera tan solemne, el frío de pompa y circunstancia pone firme a las biografías, mantiene alerta al carácter. Con más potencia, si cabe, en tiempo de Cuaresma.
Esta Cuaresma está siendo especialmente productiva, preparatoria, incisiva. La gravedad de su sentido me ha trasladado a diferentes localizaciones, desde la planta quinta a la Dehesa, de la capital antigua a la posmoderna, de coches a trenes, en un movimiento que, en su velocidad, ralentiza los días originando amplios diarios con sucesivos epílogos. Mi Cuaresma se caracteriza por la ruptura y el encuentro. Rupturas necesarias y forzadas, agradecidas de que hayan sido desde fuera pues yo, en mi comodidad, ni siquiera las había advertido. La Providencia nos cuida más que nosotros mismos, siempre lo pensé y pocas veces la gocé tan repetida en tan breve plazo. Los Providencialistas delegamos mucho al Fiat, sabiendo que sabe más del guión de la película que nosotros mismos, meros actores cuyo guión vital se basa en la improvisación continua y pobre aquel que tenga claro el devenir, sea en la biografía o en el Ibex 35.
Y a la vez, tras el primer desgarro, he entendido mejor la Unión. La lucha que, desde la excusa de la salud, forja la esencia vital con los que nos importan. Esto se sintetiza sabiamente en este semana última: de San José a Viernes de Dolores, nudo nuclear de una vida. Balcón a un finde que permite asomar al gran acontecimiento de la Pasión desde una luna llena que brotará para iluminar a un Hombre. Comienza la Pasión.