No suelo dejar que Max me acompañe a ningún acto religioso, aunque él se sienta aparcado de mala manera, cuando me niego a dejarle venir. Intento convencerle de que, después de todo, él es del bando contrario a lo que en la Semana Santa se celebra. Pero sé que él, en el fondo, no se identifica así.

—Max, tú naturaleza es la de un demonillo, y no me negarás que siempre buscas el momento menos oportuno para crisparme.

Prometo portarme, ángel mío, me dice, poniendo cara de encontrar mi compasión, pero le adivino la sorna. No obstante, se apresura a coger su ramito de olivo y se adelanta unos pasos, saltarineando tan feliz, como suele.

El padre, Marcelo, empieza su homilía, siempre amena, rememorando el apasionante contenido de la Semana Santa, y nos hace hincapié en que la entrada de  Jesús en Jerusalén, sobre su humilde borriquito, fue meramente simbólica más que histórica, cosa que no le agrada mucho a Max, ya que siempre fue muy fan de ese bonito pasaje de la Historia Sagrada.  

Pasados unos minutos, Max,  se me encarama a mi brazo, sinuosamente,  para así llegar mejor a mi oído, y me suelta: Belencita, ¿te imaginas lo que habría podido ser ésto, si en aquél tiempo hubiera existido el Whatsapp?”

Y, ¡zás!, hasta ahí llegó nuestra misa de Domingo de Ramos! Mi imaginación se disparó como un obús hacia aquel posible escenario.

Ya empezaba, yo, a ver a los apóstoles móvil en mano a todo lo que da, convocando a los cristianos a una quedada informativa, con cestos de pan y pescado milagrosamente multiplicados, para explicarles a todos el gran acontecimiento que estaba por suceder, a la vez que  bloqueaban afanosos a tanto fariseo y gentes de poco fiar, de esas que tanto abundan aún al paso de los siglos. De esas que, sin saber ni haberse tomado la molestia de enterarse de qué va, se alinean con el primer desgarramantas que pase por allí, soltando exhabruptos y pidiendo hasta la muerte de un hombre bueno, Jesús, que sólo predicaba bondad, amor, compasión, caridad y buen hacer; ese Hombre que aliviaba dolores y enfermedades, pero que, a la vez, tanto complicaba la vida de los romanos, a los que estaba ganando la partida sin armas ni violencia.  ¡¡Uff, menuda hiperactividad, con el whatsapp, la de los apóstoles en tan apasionante momento de sus vidas!!  

Simulando seguir atenta a la homilía de D. Marcelo, observaba de reojo a Max, cuyos cuernecillos inhiestos delataban que estaba más que encantado con su ocurrencia.  

Me fastidió ver que se había percatado de que yo, tras oírle, me subí a bordo de mi imaginación y de que ya me había paseado un par de veces entre Nazaret y Jerusalén, con escala en Samaria, que pilla de paso, con la avidez de observar el incalculable impacto del whatsapp en aquellos tiempos.

Max, me miraba con la impaciencia de querer volver a intervenir. Pero yo, sin mirarlo, le señalé, con un dedo en mis labios y gesto adusto, que no abriera más la boca hasta llegar a casa. Se recalcó resignado en su asiento y, sin ser capaz de mantener a raya el nervioso tic de su cola, seguimos escuchando……-relativamente-…a D. Marcelo.  Sin embargo, Max no se pudo contener, fue superior a sus fuerzas. Puesto en pie, tridente en mano, y resignado a volverse solo a casa, me susurra: Reconoce, Belencita, que ese sí que  habría sido el milagro de Jesús más ventajoso de todos los tiempos. ¡¡Hasta los romanos habrían cambiado su imperio por un móvil con whatsapp!! Y…… no te digo la muy cotilla de la mujer de Caifás”

¿¿¿Imaginas un video de Pedro, negando por tres veces al Maestro??? ¡trending topic en Galilea y aledaños!”

¡¡Eres un irreverente insoportable, Maaaax!!

Llegué a casa, más pensativa que enfadada, y me encuentro que Max está agazapado en un rincón, esperando el chorreo. Sin embargo, solo lo miro compasiva y sigo a mis cosas. Al cabo de un rato, se me acerca y, poniendo voz de “vengo en son de paz”, me dice: “Mira, compañerita, ayúdame a entender dos cosas que me dan que pensar sobre algunos pasajes de aquella época; una, cuando Jesús se cogió aquél monumental cab……….   ¡¡Maaaxxxx!, que estás hablando de Dios!!  

Vaaaale, vale, diré…. aquél monumental globo, echando a patadas a los mercaderes del templo y, haciendo saltar todas las mercancías por los aires. Ya les podría haber dicho que recogieran sus aperos, y ¡ale, ale!, id ligeritos a vender a vuestras  casas, porque, ésta es la casa de mi Padre. Vamos, creo yo

¡¡Anda que, si llega a venir a España, ahora y ve la cantidad de industriosos  “empresarios del top-manta”, campando a sus anchas por las calles de Madrid y Barcelona, con el  aplauso “carmenita y colauita”, respectivamente, habrían ardido como Sodoma y Gomorra, ¿no?!!

Pues seguramente, Max, porque lo de esta era podemita, no está en los escritos, y nunca mejor dicho.

¿Y….. la otra cosa, Max?    ”Ahhh, sí, sí. La otra es que…que..…que….-no te enfades, ¿eh?, Belencita, pero es que me ronronea en la cabeza la cosa de que…..¿tú no crees que a Dios Padre se le fue un poco la mano, haciendo pasar a su hijo semejante calvario? Encima de que al pobre lo machacaron, luego, van y lo crucifican  en medio de dos ignominiosos. ¡¡Hombreeeee, querida, que hasta el cielo clamó!! ¿Y qué me dices de esa madre, rota por el dolor? ¿Qué madre puede soportar tanta amargura? Mira, esa cara sí que me parte el corazón, amiga mía. ¿¿¿De verdad era necesario ver morir así su hijo??? ¿¿De verdad que fuimos tan malos como para que Jesús tuviera que sufrir semejante escarnio por nosotros?? En fin, tú verás, pero……. a mí todo ésto me produce mucha pena y mucha desazón.”  

Sí, Max, fue necesario para salvarnos a todos. Tú tampoco entenderás fácilmente que, sin aquella muerte, no habría existido el Cristianismo. Que fue su muerte la que lo hizo realmente grande y comprensible; la que nos redimió. Que tan importante fue la forma como el fondo. Y que fue, también,  a partir de ahí, cuando los Cuatro Evangelistas empezaron a pensar en ese fondo y a darles la forma al escribir sus  evangelios basados en la auténtica comprensión de las experiencias vividas con Jesús, que culminaron con la muerte del Hijo de Dios en la cruz.  Por eso, todos ellos coinciden en los relatos, que nos ayudan a ver la auténtica dimensión de la generosidad de Dios.

 

Max, la muerte y resurrección de Jesucristo es el hecho más grande jamás acaecido en la historia de la Humanidad.

Y, si Dios nos perdonó a todos tan generosamente, ¿quién soy yo para enfadarme hoy contigo, mi querido diablillo?

María Belén López Delgado.

1 thought on “REFLEXIONES PASCUALES ENTRE HOMILÍAS POSMODERNAS

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