Estoy cansada y me duele la espalda, ha sido un día de bastante trabajo y no estaba entrenada. Miro a mi alrededor y aguanto las ganas de quejarme o sentarme a descansar cuando miro a las personas que me rodean. Tetraplegias, malformaciones o parálisis cerebral, les convierten en prisioneros en cuerpos sin control, necesitando de otros para lo más básico.

Estamos en la semana de Pasión, días de recogimiento, meditación y oración para los cristianos. Hay que conmemorar la muerte y resurrección de Jesús como corresponde, acompañándole en los que Él señaló como sus testigos, los más pobres y necesitados. En el Cottolengo encuentro ese ambiente especial donde vivir la Semana Santa como yo deseo, donde se asiste a personas desfavorecidas económicamente o socialmente y con enfermedades incurables. Es donde puedo vivir con coherencia y religiosidad mi fe en los días más importantes del año.

Durante esta semana estoy al servicio de enfermos que requieren atención plena, viviendo la experiencia de colaborar como voluntaria en un lugar donde se mezcla el trabajo de atención a personas dependientes, la intendencía de una residencia y las celebraciones religiosas de un convento. Todo a una.

Vivir la semana de Pasión rodeada de Cristos vivos, trabajado sin parar en una espiral de tareas a la vez que compartes con monjas y enfermos las ceremonias litúrgicas de estas fechas, es tan enriquecedor espiritualmente como cansado para los acomodados ciudadanos del mundo normal. Y yo soy de ese mundo. Cuando veo a Ángeles en su silla con su ingenuidad, bondad y alegría, que no me envidia las piernas porque no sabe lo que es andar, me conformo con mi dolorido cuerpo y doy gracias a Dios porque me muevo sin ayuda.

Cuando acompañas a Luis y conversas con él poniendo tú las palabras a su expresión, porque solo puede mover levemente la cabeza asintiendo o negando; cuando, secando platos, Javi te pregunta por octava vez que cuál es tu equipo preferido y le contestas, por octava vez también, que por supuesto, del mejor del mundo, el Atleti, porque sabes que es un incondicional colchonero y eso le hace feliz; cuando le pones una puntilla al mandil que Margarita usa en la cocina para que ella se tenga por la reina del mundo….entiendes que eso es vivir el amor al prójimo en primera línea de fuego, de fuego de amor por estos seres ricos en ternuras e inocencia. No puedo expresar con palabras lo que se siente cuando en la consagración uno de esos ángeles de alas invisibles te coge de la mano porque quiere tener tu contacto, o cuando Domitila canta en solitario y por sorpresa una canción cuando se cierra el sagrario y le llama “Dulce Prisionero”.

Cómo no coger la Cruz y llevarla con fortaleza cuando ves la de estos cuerpos retorcidos con músculos apagados. Cómo no esforzarte en mimarles y sacarles sonrisas. Cómo no afanarte en realizar las tareas domésticas y ocupaciones varias con diligencia, cuando ves que las monjas soportan con entusiasmo y solicitud jornadas de dicisiete o más horas entre trabajos y rezos. Cómo no vencer el cansancio y el sueño en la liturgia más importante del año y poner todo el corazón en dar gracias por la alegría de vivir eso, de “estar en las cosas de Dios” a la vez que “estás con Él”.

Sólo una semana, unos pocos días para recargar pilas y aprender a valorar y entender que ese cansancio que arrastras, a otros descansa.

Teresa Sánchez «Mesetaria»

1 thought on “PASIÓN EN LAS HURDES

  1. Emocionante relato, Teresa. Y lleno de lo mejor que podemos tener, el amor por los demàs, aunque sea tan dificil muchas veces. Dios te premiarà esa admirable abnegación. Un abrazo, amiga.

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