Nunca he sabido poner adjetivos a su voz. Si la de Sinatra es portuaria y seductora, la de Sabina, cascada y yonki, la de Guccini melancólica-revolucionaria y Amaya desvela ternuras boreales del norte, la de la Pradera me enseñó lo que es la armonía.
Eso puede ser un inicio, porque como sabemos, la armonía es valor superior a la melodía, por ser la fuerza que sostiene un conjunto musical para que se haga eterno. La armonía invisible, la sutil, esas voces que, canten-la-melodía-que-canten sostienen un poso armónico que va más allá del acierto de una tonadilla. Aquella que construyen, desde ese milagro que se llama estilo, un cofre donde se custodia una forma de entender la música. Y la vida, claro.
Recuerdo a María Dolores Pradera siempre cantar igual, en directo o en estudio, lo que la hace ser siempre diferente en cada canción. Llevo escuchando, que no oyendo, la música de la Pradera desde mi más tierna infancia, allá en tiempos de la guerra fría, cuando en el cassette poníamos aquellos primeras tonos de guitarras gemelas, boleros que se hacen historias, habaneras cálidas con el gran Cano, engendrar hijos de la luna, flores de la canela, pasionales noches de boda suavizando voces canallas… y siempre era ella.
Y es que hacer una canción, manufacturar cualquier canción como si fuera escrita para tí desde su concepción define un espíritu que está por encima de las coyunturales notas musicales y estribillos que expulse. María Dolores no cantó boleros, copla, habaneras, pop… no, esta señora se desarrolló en armonía propia elevando las canciones a himnos.
Porque el estilo es algo que se tiene o no. No es virtuosismo o técnica, ni competencia, ni moda. Es una forma de entender el arte y la vida desde un interior puro que no admite negociación posible. Gustará o no, cuestión sin importancia, pero su valor principal es que salva el alma por estética, única ética posible.
Por tanto no describiré la voz de la Pradera, no. Porque la armonía celestial no admite adjetivos entrelazados, sería reduccionista y torpe. Me limitaré a escuchar de nuevo tu canción que engloba todas las canciones: Amarraditos. Y seré como un señor de aquellos que eran mis abuelos, es decir, un Señor. Mi paseo reaccionario donde de tu brazo me llevarás hacia el pretérito perfecto, único tiempo de salvación. Y rezaremos juntos un Misterio entre susurros de amor, María Dolores, mientras la gente nos mira con envidia por la calle, bajo el sol entre vías platerescas con jazmines en el ojal que, aunque no se estile y quizá por eso, será señal de que vamos en la buena dirección.
María Dolores Pradera, Dios te bendiga, guapa. Gracias y todos los besos del mundo.
Maravilloso recuerdo de una mujer sencilla que llegaba al corazón y que supo envejecer con dignidad.!Que bien escribes querido amigo!.Este de hoy eres tú.Un abrazo fuerte.
Magnífica y bonita semblanza de una gran señora que era música.