Garci, Don José Luis, es uno de los más grandes cronistas de la “Santa” Transición, elevada así a los altares ateo-patrios por el maestro Umbral. Nos mostraba el director de cine en su primera filmografía, para mí sin duda la mejor, entre asignaturas aprobadas y pendientes, la tipología de un poder parido en los 60 y forjarse en los 70, que sería arquetipo socialista, socialdemócrata, social”algo”, en fin. Nos aparecía así el ADN del moderno PSOE “postsuresnes”, encarnado en tipos ambiciosos, listos, pijos con disimulo y desdén. Sujetos dibujados con el rictus de la amargura que da la melancolía rabiosa y artificial de la izquierda y con pinta siempre de haber echado un polvo de menos y haber bebido una copa de más, ese eterno error de los reprimidos sin causa.
Así vemos al gran Sacristán como divo de una época de legalizaciones PC acompañado por mucha burguesita con jersey de cuello alto y poco proletario de mono azul. Sin embargo el personaje que realmente borda esta patética historia que nos ha tocado vivir es Don Alfredo Landa, ese artista que venía desde la estética desarrollista “Spain is different” con bañador Leiva en los Benidorms devastados por cemento y suecas. Landa dejó el bañador un día, se puso serio y vistió traje para progresar en nuestro inaugurado capitalismo “preOPA” y mudarse a las “Verdes praderas”. Es ésta una de las películas más importantes de la historia cinematográfica española para, cuando se haga el proceso a la Democracia y sus daños colaterales, entender la degeneración del españolito posmoderno.
Las Verdes Praderas: esa prostitución de un campo hecho cenizas urbanizable para albergar chalets de ejecutivos con vistas de postal y cuyos habitantes, ya lejos de cuidar praderas de trabajo y sudor, solo veían los verdes billetes con que se compra ese mito llamado progreso. Progreso, que llegó enseguida a mostrar sus efectos: apenas una generación de familias disfuncionales anulado-divorciadas con vacío existencial y… nada. Landa llegó como ejecutivo de empresa privada a las Verdes Praderas, pero tendría como vecinos a otro semejante prójimo del gran boom de “lo público”, hidra que comienza en los partidos nacionales y termina en Suiza. Igual que lo privado pero con coartada.
Y toda introducción para decir que nuestro querido Pablo ya ha llegado a las Verdes Praderas. Allí están todos y no nos debe de extrañar ni sorprender el salto. Que estos chicos lo hayan hecho en plan descarado es cosa de juventud y arrogancia rojo-burguesa (valga la redundancia) del que siempre ha exigido deudas al mundo. Es una época y sabemos que todos los listos terminarán yendo a las Praderas. Los saludaremos cuando bajen con la plebe a Madrid a dejarse besar por la canalla en la manifa de turno. Vendrán con Víctor, Ana, Javier, Pe… y demás compañeros para, entonces sin maquillaje y con ojeras, pedir a los gilipollas del reino que sigan votando para que la nave siga yendo.
Al final, en estos, todo se reduce a lo mismo: quítate tú que me gusta tu silla.
Estupendo artículo, Novoa.