Llegó el último día del año con su cruce de impresiones e imágenes que, a modo de síntesis, intentan resumir algo tan complejo como la vida en la cárcel del tiempo. Estoy en el mercado haciendo la compra con mis padres y ya aventuro la primera conclusión que diagnostica este finale: mientras estemos todos juntos el año es bueno. Punto.

Y éste ha sido bueno, muy bueno a pesar de tanta planta quinta, sexta, operaciones y leches. Siempre habrá ausencias de los nuestros, claro, pero cuando sea por vía natural y se respete el Orden vital, será más asumible. Por eso pedimos y hacia ellos va el recuerdo y homenaje.

Pero más allá del Núcleo de nuestra sagrada familia, están los amigos: esa familia no sanguínea que, con vocación de amor gratuito, ayudan a dar sentido a nuestra biografía. Amigos no hay muchos, ni debe haberlos pues, como dice mi rubia, “la amistad la da el tiempo”. El tiempo es la clave. Con que a la hora de morir hayamos conseguido que un par de amigos recen una plegaria aquí abajo y desde Arriba ya estén otros dos tirando por nosotros, tendremos una posibilidad, aunque sea mínima, de intentar salvar el alma -cosa casi tan compleja como condenarla-. Porque sólo así, podremos ir trepando hacia la Gracia con la actitud de un Cristo Jansenista: con los brazos estirados a merced del Cielo y firmes en la Cruz de cada día.

Esto está dedicado a un gran amigo, Don Juan Antonio, Caminante en representación de todos y al que espero dar un abrazo en persona muy pronto.

Feliz Nochevieja, que empiecen bien el año y adelante.

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