Se acabó el aniversario de la Constitución pero sigue un puente que, patinando por unas aguas heladas de Empel patrio, desemboca al encuentro con la Madre. Pasó así la fiesta engalanada de congresos, Reyes consortes, reinas con suerte que aplauden espaventosas  ante prohombres. Así, entre palos en Barcelona y unidireccionales colas en un Madrid peatonal con sol en Benidorm y niebla en la Meseta, el personal sigue su danza ritual. Nos quedó la rúbrica que, envuelta en logo de peluquería choni, nos otorgó el camarada Iglesias para darnos la solución a todos los problemas del Estado: tenemos que ser una República Feminista.

De entre las muchas desgracias que le caen a un sujeto nacido en España, es la dificultad de declararse republicano, sobre todo cuando escucha a un profesional de la causa debatir sobre ese régimen clásico y venerado. Lo que debería ser la reivindicación más hermosa del mundo, de un régimen político al uso de un tiempo nuevo y eterno, está vetado en nuestra piel de toro desde la encerrona histórica que, como una maldición, se hace con nuestra psique a cada paso. Si la historia de España, como la de cualquier persona, está llena de virtudes y cagadas, la cuestión de las repúblicas son tumores especialmente dolorosos, quistes en el tiempo dotados de especial desgracia. Regímenes que tienen, en su origen y desarrollo, tal carga de mediocridad y maldad que hacen imposible, no simplemente su defensa, sino cualquier reivindicación en un futuro aunque sea indefinido.

Cuando a ese régimen de nombre clásico ya se le comienza adornado de apellidos dogmáticos y se le inyectan virus con palabras hermosas pero estropeadas de hiel, tipo “feminista”, se está haciendo ideología al uso que, en pecado original, implica un sectarismo que excluye a gran parte del pueblo otorgando licencia para dictar. Si este régimen anti-mujer llamado “feminismo”, que no es otra cosa que violar fémina con ismo, con germen radical que dará frutos de género, en cuna de forma republicana explota como una granada repetitiva siendo  un trampolín hacia el pensamiento único.

Esa maldición nos impide adoptar una república que, en España ha sido esbozada en todo menos Nacional y Solidaria; nunca como simple forma de gobierno para que sin tutela de dinastías endogámicas, el hombre en su voluntad y excelencia y con responsabilidad,  se organice un destino del bien común de todos y para todos. No, en España ya se comienza con una semilla ideológica y sectaria. Maldición que nos impele a seguir apoyando, con nuestro pesar, gran pesar, a esos representantes de la Casa de Borbón que, ni nos gustan ni son ejemplo de virtud alguna. Esa es la maldición de 3 siglos que en tendencia suicida no se puede paliar más que el intentar vivir con más Rey que Cristo, amar con pasión una tierra cuya lengua nos forja el cerebro y vivir cotidianamente como un ácrata reaccionario, única forma de vida útil en una tierra que incita cada vez más a la estupidez.

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