Llegó Enero y con él el invierno. Bueno, sabemos que ambos ya estaban aquí desde hace unas cuantas fechas aunque estaban ocultos ante el adorno apabullante de la Navidad. Las fiestas navideñas absorben, por ahora, a las “fiestas de invierno”, recurso progre con que nos felicita el presidente del gobierno y demás tontos del culo que, aludiendo a la estación puntual y a un paganismo barato de solsticios rebajados, se intenta usar para borrar la palabra Navidad del imaginario colectivo. Y sólo es ahora, a partir del siete de enero, u ocho – cuando empezaba el cole- donde uno era consciente de un Invierno de Enero sin edulcorantes y en bruto.

Desde ese horizonte helado entre lo que queda de año y lo que acabamos de vivir, la primera inquietud es cobijarse raudos al calor de las brasas en palacio para idealizar, con kilos de más, nostalgias o alivios, lo que realmente ha pasado en estas fiestas. Y la conclusión inmediata es reconocer que han-pasado. Han pasado otras Navidades, digerido otras uvas, ignorados por dos sorteos de lotería, recibidos más calcetines, iguales colonias… Entonar el “parece que fue ayer” ante el espejo de los ayeres del tiempo más sentimental del año donde nos observan con más fuerza ausencias del alma, retratos del álbum y más canas en la barba que me van esbozando la vejez. Se me despliega así la amplia gama del laberinto emocional que cruza al hombre: inocencias primeras a ilusiones propias y compartidas, dolores de ausencias y alegrías de nacimientos… en fin, de un todo que marca a la vez epílogo y prólogo de años con sus promesas y nunca cumplidas resoluciones.

Enero se hace así un mes radical porque en sus costas me acoge todos estos buques de contraste, de fiesta a cuesta, de Reyes a bueyes. Enero es mi euforia y bajonazo, dos estados que, si se viven con el espíritu apropiado, producen un efecto positivo. En mi caso es la consecuencia de adoptar frente a la vida un sentimiento trágico, no por pose ni por dar el coñazo, sino por el convencimiento de que la vida, en sí, no es otra cosa que una una fabulosa tragedia. Otra cosa es ver,  en función del espíritu de cada verso y la necesaria dosis de cinismo, la comedia que esconde, el sueño que la posee o el drama que encierra. En todo caso me ayuda mucho evitar cosmovisiones chorras que describen la existencia como balsas de aceite donde hay que flotar buscando esa trampa depresiva llamada felicidad. Enero, en fin, es el mes más propicio para hurgar en el Misterio, antes de que lleguen esos calores balsámicos y el calendario empieza a seducirnos con puentes en rojo poniendo la rutina en marcha. No, yo disfruto el recuerdo, lo escribo y diseño el bajonazo en todos los formatos. Al terminar estoy eufórico. En fin, cada uno es como es. Cheers.

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