Sucedió en plena efervescencia electoral, en eternoretonismo de segunda vuelta. Tras el luto de entierros de Estado y euforias de detenciones pactadas, con San Isidro de testigo en la pradera ante verbeneros intimidando a mujeres encintas – meros coágulos abortables según ellos-. Fue ahí, en ese entorno de fango obsceno y tabernario del Estado, entre cambios de temperaturas, bochornos de resaca en verbenas en Los Madriles cuando, como no podía ser de otra forma, explotó el instinto de una pareja de compromiso mostrando un amor militante.
Manuela e Íñigo, Íñigo y Manuela, se funden en morreo tórrido de una primavera que quiere reventar de gloria a fin de mes. El besazo, que no fue más que un pico, no ha pasado inadvertido para nadie, claro: la Reacción lo ha ralentizado hasta darle forma de tornillo y los progres lo han aplaudido como un gol en la Champions.
Esto del beso asimétrico y forzado tiene una estética interesante de provocación. Lo aprendimos en Hollywood, la gran factoría de propaganda haciendo ideología de saliva; aquí más cerca, provocando en los puestos de VOX donde se unían naturalezas de género en morreo sincronizado, incluso en boicot de mítines y templos contra arzobispales. Pero, con diferencia, el sumun es el de Manuela e Íñigo. Tienen en común todas las manifestaciones anteriores su tono exhibicionista, por tanto forzado y falso. El amor como arma agresiva, por pública en besos de cartel, se convierte en pos-amor.
Por supuesto, a estas alturas de risa floja, no tenemos nada en contra del amor o pos-amor, que ya viene a ser lo mismo, sea de género – incluido el del género bobo – o transversal, ni mucho menos este asimétrico-rubio-intergeneracional. Pero de elegir uno, naturalmente elegimos este último. Nos gusta este pos-amor de verbena protagonizado por una chica con biografía y buen palique, liberada, suelta, con mando y madurita. Una rubiaza, vamos, que se realiza desde su experiencia post menopáusica, incluso trans menopáusica, en toda una Ms Robinson seduciendo a un graduado con cara de panoli que es todo un Doctor, que en España ya sólo tenemos doctores.
La foto es en sí lo peor, claro. Hay que saber besar o por lo menos abrazar y al gran Íñigo le sobran brazos y dioptrías. Pero eso es disculpable, tranqui, cuestión de práctica, aconsejo un chotis agarrao en una baldosa declinando versos de pos-amor ante los acordes deconstruidos de un organillo.