«Los españoles no se merecen un Gobierno que les mienta”.
Con esa frase se inauguró la violación de las jornadas de reflexión que dan comienzo a unas elecciones con que se inaugura el siglo XXI en España. Era marzo de 2004 y Alfredo Pérez Rubalcaba dictaminaba sentencia desde Ferraz. La sede del PSOE gestionaba así más de 200 muertos, aún calientes, junto a otros cientos que, vivos y coleando, asediaban la sede Popular de Génova. Ambos grupos humanos, convertidos en conceptos y dirigidos desde una mente astuta, sirvieron de marco para una frase que cambiaría, contra todo pronóstico, la política española.
Niño Alfredo, pilarista, vecino del barrio de Salamanca de Madrid, colegio y barrio desde donde se ha fraguado mucho prohombre de un establishment político que desde la doble coartada de familia bien y escuela católica, forman los cuadros de la bipolaridad bipartidista de la que se nutre el sistema. Joven Rubalcaba, récord de 100 metros lisos con impecable estilo atlético, desde luego no era un hombre sólo de sprint, a su rapidez de reacción, se le unía una resistencia de tenaz corredor de fondo.
Fondo subterráneo, es cierto, que va desde las fontanerías de Ferraz a los palcos de Moncloa, desde alcantarillas del Estado a vermuts en bares Faisán, don Alfredo ha protagonizado muchos de los episodios más turbios de esta novela negra llamada Democracia Española. Comenzamos a conocerle en público allá en los gobiernos del Felipismo cuando ocupaba secretarías del sector más patético de este sistema, como es el de la Educación, formando parte de ese club de LOSGES, LOSES y demás leyes orgánicas con las que se ha desorganizado a generaciones enteras. De Secretario a Ministro con González, se inventó un nuevo ministerio: el de “Presidencia y Relaciones con las Cortes” cuya mayor finalidad era la negación de cualquier vinculación del partido socialista con el GAL, así como poner cara a la farsa del sainete de Luis Roldán y su película de la detención de Laos.
Con ese currículum, banda de honor, no se puede llegar a menos que al ministerio del Interior años más tarde, tras la genialidad de las elecciones con las que hemos iniciado esta reflexión. Aquí la labor estrella era gestionar la sucia victoria y, tras hacer interlocutor válido a la organización asesina ETA con complicidad parlamentaria, proceder a una última ronda de negociaciones que diera fin a el capítulo más criminal de la historia reciente de España. Se llamó “alto el fuego permanente” y entre Gales, Faisanes y el otorgamiento de libertad restringida a Iñaki de Juana Chaos, se fue fraguando una historia, cuyo abismo entre la versión oficial y real, se encarga de maquillar nuestro protagonista.
En pocos minutos, se le rendirá homenaje en Madrid, se dirán muchas glosas y recibirá tratamiento de héroe del sistema. Muy coherente, por otro lado, con el tipo de hombre que dicho sistema es capaz de generar. Por mí parte, rezaré como rezo por todas las almas y recordaré las palabras que Don Alfredo le dedicó a Floriano en los pasillos del Congreso: “Veo todo lo que haces y oigo todo lo que dices”. En fin, ahora que estás en el Otro Lado, verás que se ha tomado nota de todo y tendrás que defenderte. Suerte, Alfredo.
Alfredo Pérez Rubalcaba DEP