Le recuerdo afectado, fumando un puro, con un toque latente de prepotencia perfeccionista y acento leve sudamericano. Primero sin barba y en blanco y negro, historias para no dormir, dos rombos sobresaltado en el chirrriar de una puerta que se cierra en golpe, hora de acostarse y leve música inquietante que animaba a seguir con las pupilas dilatadas.
Eran noches de transición donde se formaba una generación que aprendía a ver el mundo desde la calle, la televisión y el tebeo. Dialéctica de imágenes en movimiento para ir adentrándose en ese caos inevitable que se llama vida. Chicho Ibáñez Serrador se introduce así en mi vida, como un Hitchcock hispano que te adentra en una historia que adquiere más realidad que lo real, máxime en blanco y negro, que es el color de los sueños desde donde se cataliza todo un crisol interno que ve y descubre más de lo que se sabe.
«Historias para no dormir» fue el descubrimiento de cómo contar historias tremendas desde la intimidad que da el teatro moderno del plató servido por la televisión del salón. En pleno cuarto se mostraba de manera doméstica, cotidiana, puntual, asequible, toda una literatura hecha imagen que se iría a adosar en el imaginario biográfico para el resto de la vida. Los vi todos en su momento y los volví a ver muchos años después percatandome que no habían perdido un ápice de frescura.
Aquella televisión era formativa y muy seria, muy respetuosa con una audiencia a la que se regalaba más calidad de la que, en principio, podría exigir, pues no tenía referentes comparativos y el invento televisivo era de por sí causa mayor de divertimento y sorpresa. La Cultura audiovisual con mayúsculas se desplegó a mis ojos de niño con las Historias de Chicho que, junto con el Estudio uno hacían coherencia con los libros leídos. Eso es un mérito que se debe a un talento que trabajando con pocos medios tenía mucho sentido porque el señor Ibáñez Serrador amaba y sabía lo que hacía y cómo hacerlo.
Me alegré mucho lo del Goya honorífico último por su labor de dirección. Si bien se le recuerda por el gran «Un, dos, tres» – esa genialidad de haber entendido un show y el medio donde se realiza para tener medio país unido viendo la tele- yo quiero agradecer su labor como realizador de televisión, director de cine y contador de historias. Si bien el espectáculo de la ruperta abre y cierra una época cuyas semillas han sido exitosas desarrolladas en otros formatos, las Historias, sus Historias son clásicos permanentes y visibles en cualquier momento. Eso es arte.
Muchas gracias,
Narciso Ibáñez Serrador, DEP