Felipe VI, en guayabera caribeña, pasea con su reina por un malecón que baila al son del compay y los curiosos. Al mismo tiempo, allende los mares en una metrópoli hundida, dos prohombres se abrazan hasta el límite de un orgasmo fingido por sonoro. Los orgasmos más espectaculares son los que más suenan, como un falsete porno en esa teatralidad que quiere consolar a los que no tienen consuelo.
La sincronicidad, me diría mi amigo Roge, tiene estas cositas, estas uniones de anécdotas que, apareciendo en campos diversos, descubren un sentido nuevo de la realidad. Que coincidan en el mismo día un escandaloso viaje a la dictadura cubana y un abrazo que abre la puerta al comunismo en España, no puede echarse al desdén de la casualidad. La cosa es más compleja, tiene su miga y la unión de tales desastres nos muestra el protagonismo de un destino burlón, cruel y cabroncete.
Ni Pedro ni Felipe hubieran querido este día, pero el que juega con fuego, ya sabe lo que pasa. El representante de la casa de Borbón en España – popularmente conocido como «elrey» – había tratado de posponer este viaje trampa en diversas ocasiones, pero su rol de fetiche no tiene mucho margen de escaqueo ni ante un presi «en funciones», que se dice pronto. La excusa es la fundación de la Habana, ciudad diseñada para ser entrada al paraíso y que ha quedado enterrada en mugre y miseria verde oliva. Queda para ser portada de un mensaje que, con el marco del Che y José Martí, es la foto de todos los Tirano Banderas del barrio con un Borbón coronado en guayabera. El mejor cartel de unas dictaduras, eso sí que son dictaduras, para promocionar el turismo y contener la arcada. Viene a ser como el fotograma del Padrino II pero en remake de serie B. La Cuba de Batista era de casinos, hoteles y meretrices caras, la de la Revolución es de timbas, chozas y meretrices cultas. Sutil cambio en el factor «meretriz» explicado de forma muy clarita por el carismático Fidel en aquel paseo con Mr Stone: «Oliver, tenemos las putas mas cultas del mundo, y eso ya es algo». Eslogan de intenciones que, de por sí solo, explica a todos los politólogos la síntesis de todo un régimen.
Así el viaje trampa de guayabera real, no sólo implica que en el imaginario popular veamos en un mismo telediario -oráculo de plasma-, lo que se nos viene encima, sino la prolongación de un hundimiento en los mercados ven todo esto con los rayos x de las finanzas. En un mismo golpe hay dos humillaciones: exterior e interior. Entre tanta desgracia, la felicidad de los tiranos banderas no se puede siquiera medir a la resistencia de un Pablo Iglesias que se corona vencedor de pulso con un doctor que ha calculado mal la distancia de sprint.
Queda inaugurado en un noviembre entre semanas, un gobierno de guayabera roja carmesí, como el estandarte desnudo de un rey que apenas muestra ahorcado un toisón sin compaña de yugo ni flechas y ni tan siquiera escudos que defender.