«Es como descubrir que Darth Vader es tu padre». Alejandro Amenábar provoca las primeras risas en un auditorio pleno y entregado. Castellana 81, foro de El Mundo, noche de noviembre en vísperas de 20N. La película que ha roto las taquillas del país, no se presenta como una peli más «de la guerra civil», sino como una película «sobre Unamuno«. Así se ha introducido una charla sobre el cine y su lenguaje. 

«Mientras dure la guerra» es sobre Miguel de Unamuno, claro. Como también «Ágora» es sobre Hipatia, la matemática y filósofa de Alejandría que nos mostró en gran superproducción. Unamuno e Hipatia, son sin duda protagonistas de estas dos obras, pero su tema va más allá. La última por su condición de mujer intelectual y presuntamente mártir, la primera de la que la historia da constancia; Unamuno aparece desde el enlace de un discurso que supone «un gran momento cinematográfico», cuya ancla le hace describir al personaje en los convulsos años de la guerra civil en Salamanca. 

Pero ambos films, magníficos en su factura como acostumbra el director, tienen una fuerza interior que hace palanca en la formación de tales protagonistas, y no es más que sus antagonistas: los cristianos y Franco, respectivamente. Entre estos dos polos se abren fronteras de líneas ideológicas de buenos y malos. Y ahí está el dilema y nuestro problema.  Cuando el perfil del protagonista se diseña forzosamente a partir de una reacción subjetiva y tendenciosa de su opuesto, crea la sospecha de que la verdad, esa palabra caduca, se transforme en «posverdad» en manos de la figura interesada del autor. 

Si en «Ágora» se cometieron falsedades de bulto que no pueden ser inocentes e inadvertidas, en «la película de Unamuno» pasan matices parecidos. El dibujo de la Hipatia de Amenábar se hace a partir de su conversión en mártir laica del conocimiento. Mártir por ese salvajismo de los cristianos que, desde la obra y gracia del director mostrando un Dios monoteísta y celoso, rompe toda una evolución del pensar. Tema religioso que ya había sido tocado en «Mar Adentro» desde una escena mucho más falsa por malintencionada donde caricaturizando a un cura se dilapida su mensaje. Así la ideología, hecha propaganda en celuloide, se hace presente cubierta con excusa de glosa al protagonista. 

«Mientras dure la guerra», se basa en un discurso del que no hay grabación alguna, sino notas sueltas. Discurso que puede ser cierto pero que ha sido mitificado desde el inicio y elevado a la canonización con esta obra. El relato de Unamuno se teje desde este punto uniendo a su ejemplo y carácter de una frase clave: «yo no cambio, cambian ustedes». Dos hechos que forman material suficiente para tejer un antagonista, Franco y bando nacional que, una vez más, no sólo nos resulta falaz sino que es incomprensible. Amenábar reconoce que Franco no es fácil, que es un personaje, y esto lo digo yo, que ni se entiende ni se quiere entender. El prejuicio de que Franco «vuela como un fantasma sobre la democracia actual» como una fuerza del mal o un Darth Vader cuyas obras nos dejan huérfanos de símbolos, no cuela. Así como el análisis de la transición española que demuestra que Amenábar, como toda una generación, no sólo no asumen la verdad del personaje sino que no les interesa la realidad de la historia. Porque seguramente es inasumible para ellos y además no sería aceptable para la industria.

La propaganda es un arte, sin duda, pero hay que reconocer que uno hace propaganda. Y no pasa nada. La propaganda se basa en un pre-juicio de hierro que obstaculiza ver la realidad. Así lo real se reduce a dogma conveniente que, aunque esté muy bien escrito e interpretado, -cosa que no negamos al talento cinematográfico español más importante de su generación- no es cierto. Ni Hipatia ni Unamuno, se lo agradecerán. Personajes que estarían más abiertos al conocimiento de la vida que un intermediario que se quiere hacer protagonista. No compensa ganar Goyas cuando se ignora una Historia que les vienen muy grandes. 

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