Ya hemos cambiado la hora. Desde las 8 de la tarde tenemos los relojes dispuestos: desde el platillo de la cocina hasta el carrillón del salón. Fue terminar de aplaudir y adelantar una hora con las palmas aún calientes. Lo más interesante es que, en el trajín de palacios y sus cambios, ni siquiera me había enterado de que era… sábado. Me acordé entonces de la formidable serie Dowton abbey cuando en los primeros capítulos escuchamos decir a la maravillosa Condesa Violet: «pero… ¿qué es un fin de semana anyway?».
La ociosa aristocracia inglesa no tenía ni idea de que a las semanas se pongan fin, pues ellos estaban en ese presente continuo y delicioso del tiempo liberado. Y es que el fin de semana, calendarios, fiestas en rojo y demás son un invento de la sociedad industrial para organizar trabajo, productividades, rendimientos y así, en cadena, se arruina una biografía con entierro digno y puntual.
El hecho de que hoy no nos diéramos cuenta de que era sábado ha sido, quizá, la primera buena noticia de esta etapa que desemboca en otro Orden Nuevo. Pero el problema, la felicidad nunca es completa, es que nos lo tiene que recordar ese incordio inútil del famoso «cambio de hora». Ese invento de la modernidad para cambiarnos sueño y cuerpo sin tener ninguna utilidad. Pero seamos positivos, el hecho de borrar en la memoria el «fin de semana» nos puede llevar a la deconstrucción del tiempo y así organizarlo de otra manera.
«El tiempo no existe» nos dicen los místicos de todas las épocas. Vale, me lo creo y no tengo duda alguna aunque todavía no sienta tal verdad porque, exista o no, me empiezan a salir canas en la barba tupida.
En todo caso, hay que empezar por algo: el finde ya no nos importa. El próximo paso es que no se vuelva a cambiar la hora. Y así hasta el misticismo.. aunque sea contra reloj.
Buen día majetes.