La primera película que recuerdo de Max Von Sydow fue «El séptimo sello«. Era mucho más joven que la edad apropiada con que se debe asimilar dicha película. Aún así, lejos de repudiarla, como suele pasar con estas osadías precoces, me fascinó tanto la obra como el guerrero von Sydow.
Aparte de la iluminación en un blanco negro que tiñe la estética medieval de la obra, la imagen de sus cristos tan atormentados como el protagonista, el simbolismo de la muerte y el ajedrez, las costas gélidas y sus bosques videntes de cómicos nómadas… su idea interior me cautivó totalmente y me hizo seguir la trayectoria de Bergman hasta hacerme incondicional.
Se desarrolla en el famoso siglo nefasto de decadencias y plagas donde los navajazos de Ockham ya emanan sangre y peste abriendo el finale abrupto del medievo. Se nos plantea así, desde la luz nórdica de su cristianismo-bajo-cero, un debate espiritual universal: la búsqueda de sentido desde la obcecación intelectual. El gnosticismo, en fin. Lo de siempre. La herejía que, cual cabeza de hidra, se reproduce a lo largo de los siglos porque, mayormente, la tenemos todos dentro. El afán de saber, de colocarse frente a frente con un Dios inalcanzable para que nos explique algo.., o matarlo. Y ni lo explica ni acabamos con él claro, porque aunque nos lo explique no lo vamos a ver, y eso es así porque lo enfocamos muy mal. No sabemos ni siquiera quienes somos y vamos exigiendo un cara a cara con Dios cuya cita, obviamente, no es más que un reto con la muerte. Punto.
Idea genial que nos llevará a asistir a una partida de ajedrez cuyo desarrollo no hará más que desvelar la redención de un hombre por la Gracia. Papel extremadamente complejo en el que no puedo imaginar sino a von Sydow. Su pose y figura da el juego carnal a estos Cristos del norte, Nietzscheanos y sufrientes a los que cuesta adivinar esperanza alguna.
Me suele pasar que recibo más luz sobre el Misterio por los artistas ateos, escépticos, heterodoxos y honestos, que con los beatos de libro. Bergman en su «sello» ofrece luz como Buñuel lo hace pastoralmente con Viridiana y Passolini con su Vangelo. Parten de dudas terribles, dudas que tenemos ateos y católicos honestos pero la desarrollan hasta un interrogante que, aunque sepa amargo, valen por más afirmaciones dulzonas catecismo.
La partida de ajedrez no es más que la tentación de nuestro juego: el de los buscadores que, buscando un imposible jaque a la muerte, descubren, si aguantan la partida… que la parca juega con trampas. La muerte siempre gana a quien no sabe vivir, pero se pierde en el horizonte cuando, como los cómicos del bosque, la subliman y así la apartan.
Son tiempos de «Séptimos Sellos» como estamos empezando a ver. Tiempos mortales, crueles pero necesarios. La clave de la muerte está en la vida, en saber que la consciencia y nuestra esencia ni muere ni morirá, pero el Ego si. Y hay gente que sólo es Ego. De ahí viene el pánico de un ente que, con fecha de caducidad, juega desesperadamente con la muerte al ajedrez. Si von Sydow está sublime, no menos lo está la muerte disfrutando la destrucción de los egos atormentados que, con sudario de «inteligencia» no hacen más que cubrir la consciencia como un tumor que ciega.
Max von Sydow y Bergman, señores, gracias por este trabajo que nos hizo entender en blanco y negro la frase del Maestro «Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará».
Amén