De entre las imágenes que quedarán en el álbum del archivo de la vergüenza del Covid19, será la de la manifestación del 8M y la de las banderas de ayer en la Casa de Correos. Testimonios ambos que reflejan la estética atroz y cínica de un fracaso que preludian una tragedia ya sabida y nunca entendida. 

Ambas fotos tienen un denominador común: el uso del símbolo para maquillar la soez presencia tanto intelectual como humana de sus portadores. La política profesional es la Matrix de un país enfermo que agoniza confuso entre toses que no atiende a diagnosticar. Ambas imágenes son interpretadas por aquella segunda estación del invento que se llaman los «mass media» o voceros orgánicos de un sistema cuya misión es servir de red a un pueblo que, investido con estatus de votante, cree que tiene tanto derecho para opinar como licencia para pensar. Por supuesto no falta la autoestima en todos esos ámbitos, por eso se sostiene el circo. 

La reunión bilateral de ayer en Madrid no es más que el anuncio y puesta de largo de un caos de tal magnitud que a mí, escéptico por naturaleza, le hace pensar en algo increíble por irrealizable que es el cierre total de la capital en breve plazo. Madrid, que fue la primera ciudad que plasmó un éxito visible y contundente en la ahora llamada «primera ola» teniendo como protagonista a su alcalde, principalmente, ahora se encuentra en una de la peor de las posiciones posibles a cualquier nivel. En un mar de dejadez y contradicciones, tanto comunidad como ciudad, se han dejado hacer el abrazo de un oso sin madroño. En una politización que obvia el sagrado ranco de la Realidad, ahora necesariamente debe ser vestida de Ciencia y de Técnicos, son los políticos los que se hacen sacerdotes de un desastre que ni entienden ni les importa más allá de lo que electoralmente rente. Podrán vestir el bosque de banderas para disimular su desnudez, podrán inventarlas, porque siempre tendrán moscas que se peguen a su viscosa red pero, lo único cierto es que el problema sigue y ustedes son correas de transmisión. 

Entre otros muchos, vale, pero con mayor responsabilidad. Ya no vale aplaudir ni cantar. Simplemente, despertar y dejar hacer y mandar a los que realmente saben y que no deben de rendir cuentas a más que a los criterios vitales y no electorales.

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