Y comenzó el año. Celebrado bien, muy bien en este segundo asalto de la Navidad. Cena completa pero a media entrada y con el corazón invocando presentes y ausentes a Santa María con la que acertadamente se inicia el santoral del año. 

Anoche tras comida copiosa, tomé 5 uvas, para conciliar así el sueño, ya que Nuria siempre me advierte que hay que tener cuidado por la digestión, y parece ser que la uva no es lo más conveniente de comer antes de dormir. La hice caso sin problemas, aparte por el respeto que me impone, porque a mí las uvas es una fruta que me aburre, no sé, no la veo más gracia que su desarrollo en vino, tinto eso eso sí. En bruto solo me inspira para las fotos, ya que el racimo permite acoger muchos ángulos. En todo caso, eso de disciplinar una comida a base de orden y campanario, ya me resulta incómodo de por sí. Más si asisto por la tele a ese ritual televisivo de fin de año, cada vez más soso y aburrido.

Me gustaba antaño, mucho, cuando veía mi Puerta del Sol en blanco y negro con voz entusiasta y en off, poblada de gente que veía disfrazada de militares borrachos, quizá incluso lo fueran, no sé, en aspecto de tropa canalla. Así hasta una etapa cotillón de tonos mecanos en color de la movida. Cuando llegó la debacle desmitificadora de una Marisa Naranjo que, en plena confusión, hacía atragantar a todo un país con los cuartos del 89. Año donde se rompió una magia y su liturgia, equivalente a descubrir la paternidad de los Reyes Magos en prime time. Disfruté en ese arco temporal donde sin comer nunca las 12 uvas completas, si hacía bastante bien el paripé.

Ayer, en todo caso, confinados, posmodernos y ya tan escépticos, me fijé un poco más en esos preparativos de campanadas. Por supuesto vimos a las «Anas», Igartiburu y Obregón. Queríamos ver a Cano y su piano cantando en solitario en la plaza, pero ahí no apareció nadie, ni piano ni historias. 

No pasa nada. Yo siempre me deleito con la Igartiburu, ya lo digo, mujer inclasificable y más allá de la perfección en lo físico, aparte de gran comunicadora. La Obregón me cae bien, así sin más, aunque ayer se llevó, y con razón, los titulares por todas las razones. Estaban las chicas hablando por hablar, sin rastro alguno de Cano, haciendo tiempo, hasta que la Obregón insistía con «que hay que vacunarse», momento en que definitivamente me harté y cambié de canal. Para qué lo haría. 

Me aparece una tía vestida de delantal porno, insinuando pechumbre, de tipo cachonda de serie B, acompañando a un gran Chicote que, desde que ha adelgazado, muestra un semblante grave de depresión y grima. Quité horrorizado semejante visión antes de que la tipa pudiera decir algo. Gracias a Dios volvimos a tiempo para comer las uvas y decidí olvidarme de la visión del zapping. «La estética es la ética», repito siempre, y aunque mis queridas Anas sean algo cargantes en su improvisación, desde luego, aparte de ellas, nace el caos. Me quedé sin ver a Cano su piano y me entetení en ver la repetición de videos eternoretornistas de los grupos de siempre.

Creo que llevamos todo el siglo XXI viendo lo mismo esta noche y lo preocupante es que me gusta. Aparte de que no hay nada más, claro. Esperé que llegase el gran Rafael y Manolo Escobar y me fui a la cama recordando a Tip y Coll. En fin, otra Nochevieja.

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