Se bautiza el Señor entre restos de nieve dando comienzo al Tiempo Ordinario. Finale bajo cero de una Navidad, cuyo colofón se inmortaliza construyendo postales idílicas. Así vamos creando historias, donde nos queremos hacer personajes protagónicos dejando huellas sobre un asfalto moldeado por la nieve. En una intimidad de algodón helado, entrañable que nos perpetúe en esa perfección del hielo. Algo así como el cadáver de Walt Disney pero con gorro y sonrisita lela.
El Tiempo Ordinario que empieza será, como su nombre indica, una inercia repetitiva e instalada burocráticamente en la excepción de ese caos que estamos viviendo. Época nada ordinaria en sí que intentaremos entender en su plan organizado desde los establishments.
Se nos acaba la nieve y llega el frío, provocando que la sal nos llegue en caravana desde Galicia entre camiones nocturnos que galopan carreteras deshabilitadas. Siempre hay una vertiente lírica en la necesidad de etapas ordinarias, si se quiere ver. Porque Ordinario tiene que ver con Orden, pero nos suena más como Vulgar repetición.
En todo caso hoy se acaba oficialmente la Navidad y nos da pena. Los católicos que quedan en España han reafirmado sus promesas de bautizo en los templos, hemos renunciado a Satanás de nuevo y lo han celebrado con un vermú entre restos de nieve.
En fin, ahora hace frío y ya no nieva. Pues eso debe ser lo Ordinario. No se compliquen más y procuren no caerse por las heladas, porque entre la fragilidad de los huesos, las mentiras de las pandemias y la verdad infame del gran reseteo vamos a quedar vivos cuatro.
Lo peor de cada casa, claro. Y a mucha honra.